(Pintura: Eleodoro Marenco)
Andaba con veinte pingos
todos rosillos overos,
clinudos a decir basta
pero todos criollos netos.
Lucía un poncho calamaco
corto a lo pampa, sin flecos,
flaco, alto, melenudo,
mal trazao, con poco apego,
a perder tiempo en posturas
y en “etiquetas” de pueblo.
De desteñido era verde
su chiripá largo, negro,
de punto, su camiseta,
y calzoncillo sin flecos.
Calzaban sus pies desnudos
grandes espuelas de fierro,
que arrastraba en los boliches
Don Salustiano Quinteros,
y a caballo parecía
un centauro de mi suelo.
Su risa de horno encendido
le hacía un lindo juego
a un pañuelo que fue rojo
suelto al descuido en el cuello.
Un sombrero ‘panza ‘e burro’
anochecedor de sueños,
y una faja ancha largona
sostiene con gran respeto,
su cuchilla marca “Chancho”
Don Salustiano Quinteros.
Lucía entre tantas cosas
con su recado hilachento,
dos pares de avestruceras
a cintura Don Quinteros.
Se güarecía en los contornos
bien alejao de los pueblos,
pasando días tranquilos
en puntos muy estratégicos,
lejos de la policía
más por cuidao que por miedo.
Había que ver a este gaucho
con sus rosillos overos,
sacar sin gritos un toro
y sin lonjas de un ‘un rodeo’.
Echar al medio, y ‘de un saque’
llevarlos hasta el señuelo,
y los pingos ni sudaban
aunque estaban bien rellenos…
Claro que el hombre había sido
del tiempo de Martín Fierro.
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