Si yo te contara
no habías de creyer,
de cómo de macho
m’hei güelto mujer,
de cómo estos ñiervos
de runa atrevido,
en vez de estirarse
se han hecho un ovillo,
cuando a rempujones
me sacó tu tata,
dejando sus manos
marcaus en mi cara.
Si ¡pucha! yo digo
lo que es el amor,
capaz de hacer agua
del mejor alcohol.
Si ya me volvía
con los brazos tiesos…
cuando tu retrato
se prendió en mi pecho.
El era tu pagre;
no habiá que tocarlo.
(Al dueño de tu alma,
cuchillo de palo.)
Bajé la cabeza
como un pagre guajcho,
m’inqué de rodillas,
le pedí llorando;
le hablé d’estas manos,
d’estas manos rudas;
d’esta frente humilde
tostao por el fuego
del sol de la Puna.
Pero ha siu de balde,
¡de balde! mi ñata.
Habiá siu de piegras
el pecho e tu tata.
De balde, mi vida,
que los ojos míos
hayan dau di pena
más agua que el río.
De balde mi boca
si’a hecho boca’í cura,
y a largao palabras
llenas de amargura.
¡De balde!... ¡De balde!
Si ¡pucha! yo digo:
pa qué sería pobre,
pa qué sería indio…
Pero eso no importa,
noviecita’e mi alma
qui al amor del indio,
ni el frío,ni el cerro,
ni el huaira lo ataja.
Tomá mi pañuelo,
secá tus pestañas,
qu’esas gotas, prienda,
son huaicas del alma.
Tomá mi rebenque,
mi poncho, mi manta…
¡Vámonos juyendo
por las huellas largas!
Vámonos juyendo
que la virgencita
de Punta Corral,
con las dos velitas
de su cara blanca,
nos ha’i alumbrar.
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