(Pintura: Federico Reilly)
Tengo una guitarra pobre,
vieja pero conservada
porque la tengo cuidada
para que en vida me sobre;
hace que ánimo recobre
si estoy triste o me aletargo,
y, cuando de un rato amargo
para olvidarme la afino,
parece que a cada trino
las penas pasan de largo.
Mi guitarra es montaraz
porque guarda en su madera,
la melodía montera
del zorzal, y la torcaz;
cuando fue planta, quizás
de poco a poco, sin prisa,
copió a la selva maciza
el rumor de las marañas,
sus armonías extrañas
y suavidad a la brisa.
Parece que fue construída
del corazón de la planta,
cuando en su son agiganta
su melodía sentida;
tiene del ave que anida
el arrullo a los pichones,
zumbidos de moscardones
y de abejas el libar,
por eso ayuda a endulzar
las zambas y pericones.
Pulsada con emoción
salen sus notas afuera,
sirviéndole de escalera
los trastes del diapasón;
notas múltiples que son
las voces del campo abierto,
que dicen bien que no han muerto
nuestras canciones sentidas,
¡notas que allí dormidas
pero a las que yo despierto!
Siempre fue mi compañera,
por eso le tengo amor,
y su estuche es el calor
de mi gratitud sincera;
es por eso que quisiera
arrancar de su cordaje,
una canción al paisaje
de su selva originaria,
que llevando mi plegaria
fuera mi ardiente homenaje.
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