(Foto: Valcir Siqueira)
El mate es de origen pampa,
semilla de mi terruño,
redondo, no es más que un puño
su casquito cimarrón;
y como la yerba es india
de exhuberancia salvaje,
su casquito es un brevaje
de profunda tradición.
El mate amargo fue siempre
un agasajo casero,
brindis para el forastero
y un deleite familiar;
hizo ambientes de tertulias
en las tardes campesinas,
bajo el zarzo de glicinas
y del ombú secular.
La madre naturaleza
nos dio su santo regalo,
en yerba de polvo y palo
de exquisito paladar;
como es gaucha por esencia
en cualquier parte es sociable,
agúita verde agradable,
halago de cada hogar.
Entre los dotes genuinos
tiene la de ser sabrosa,
el don de ser espumosa
y fragancioso el verdor;
compuesta de tres virtudes,
de las tres a cuál más bellas,
porque hay, en cada una de ellas,
sabor, olor y color.
Humilde como la malva
su verde es de la pintura,
del pasto de la llanura
y el viejo sauce llorón;
es gaucha porque es indígena,
porque han nacido sus ráices
donde nacieron los máices
y el gaucho clavó el horcón.
Madrina de mi memoria
de jugo con espumita,
sabor donde el ser medita
y acuden recuerdos mil;
de unos ojos, de una imagen,
del nombre de un ser querido,
del beso que dio escondido
cuando se apagó el candil.
A veces ensillo un verde
y entro a campiar cosas idas,
entre las prendas perdidas
de mi noble corazón;
llego a las puertas de un nombre
y me responde el olvido:
la Rumualda tiene nido,
la Fausta es de otro varón.
De pronto trae mi memoria
tropillitas de recuerdos,
de citas y desacuerdos
arriados por su sabor;
de los celos de Ruperta
cuando me vido con Clara,
alzarla en mi malacara
entre un coloquio de amor.
En los líos amorosos
lo usaron para hacer daños,
para cobrar desengaños
y cazar tordos alzaos;
pero como el mate es gaucho,
aunque su almita es de palo,
nadie pudo hacerlo malo
y al fin quedaron chaquiaos.
Un mate y dos ojos pardos
me atormentaron la calma,
cuando se me entró en el alma
el amor de mi Asunción;
desde entonces hasta aquí
llevo en el alma engarzadas
el fuego de sus miradas
y el sabor de un cimarrón.
Tengo en mi poder un mate
como reliquia del suelo,
que a mi viejo tata abuelo
se lo regaló un mensú;
un día un golpe impensado
le agrietó su casco pampa,
y le retobé la estampa
con el buche de un ñandú.
(Foto: Keven Law)
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