Se desprende la armada del férreo brazo
entre una nube densa de tierra blanca;
se oye un tropel de cascos; silbando el lazo
ha ceñido dos remos en la payanca.
Luego, el chirlo potente del cimbronazo,
un cuerpo que se afirma como palanca
y hecho un ovillo el potro, que en el porrazo
castigara la tierra con toda el anca.
Dos rodillas presionan del bruto el cuello
que, aún inmóvil, despide fuerte resuello;
una mano de acero la oreja abarca;
el bagual ya vencido, tiembla impotente
y un viejo con el rojo hierro candente
corre gritando: ¡Aprieten que va la marca!
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