(Foto: Eduardo Amorim)
Entre sauces coloraos
que cimbran como bordonas
y los lagos de esa zona,
hay dos ranchos afamaos;
viven en ellos guasquiaos
por la lonja del destino
dos criollo’a cual más ladino
pa’ conocer el terreno!,
uno es un roto chileno,
el otro, un gaucho argentino.
Hasta la mesma cumbrera
alzaron su rancho igual
con barro ‘e tembladeral
y paja de vizcachera;
cada cual una bandera
ostenta en el mojinete,
y a cada cual le compete
al tremolar sobre el quincho
esta leyenda: “El Relincho”,
y estas palabras: “El Flete”.
Tropilla de doradillos
monta el paisano argentino,
y el chileno campesino
viaja en caballos tordillos,
pellizcan los culandrillos
y las matitas de berros,
y el tintín de los cencerros
bordeando el tembladeral,
es el mismo; como igual
el alerta de los perros.
Hasta ayer fueron rivales
y los vieron no sé cuando
sin lastimarse, peliando
veinte minutos cabales;
iban los largos puñales
de hacha, punta y de revés,
yendo al mover de los pies
los golpes de arriba a’bajo
y cuando llegaba un tajo
paraba el poncho a la vez.
Pero, murió un hacendao
dejando dolores fijos
y se supo que eran hijos
los dos del mesmo finao…
Tenía aquel viejo endiablao
a más del rancho querido,
otro calor, otro nido
que abandonó en sus desbandes
del otro lao de los Andes
donde el chileno ha nacido.
Esta es la historia sencilla
de éstos que, si en su existencia
el poncho lo diferencia,
no la bota y la golilla;
la una y la otra tropilla
sabe de apartes sin bretes,
y en los lagos, ¡no es juguete!,
se azotan como el carpincho
nadando los de “El Relincho”
mesturaos a los de “El Flete”.
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