miércoles, 9 de marzo de 2011

Romance de Pumas


Hacen ricién unas horas
que terminó el entrevero.
Entuavía sale el humo
de sangre, hocicos y fierros.
Los redotaos buscan madre
sierra arriva o monte adentro
y sus galopes encienden
un chisporrotear de teros.
Allá se paran diez gauchos
pa morir pisando el freno.
Sacan coraje de un pozo
que tiene brocal de cuervos.
Sobre el albardón heroico,
se echa un arroyo regüelto
de redomones clinudos,
divisas, chuzas y viento...
y los clarines mellaos
dentran a tocar degüello!
El regatón de las lanzas
va dando güeltas a los muertos;
buscan el viejo caudillo
pa que sirva de escarmiento.
Cuando redame la sangre
de ese General Lucero,
las yegüas no dan más potros,
las chinas no dan más güenos.
Salió en un moro aplastao
y no puede dir muy lejos...
Pa que no se les escape,
boliadoras como perros
se prenden a los garrones
de los últimos dispersos.
Al calor de su tapera
está sentao un agüelo.
Lo hacen temblar los cimbrones
de cuasi setenta inviernos.
Parece tres veces manso:
de güey, de surco y de tiempo...
y lleva un tigre tapao
con un vellón de borrego;
porque a caballo de lanza
es el general Lucero.
Los contrarios van y vienen
sin ver a ese pobre agüelo,
que encontró un poncho de sol
y duerme entre el avispero.

Allí cerquita, en el patio,
pisa la sombra del viejo
uno de sus ayudantes
que acaba'e cáir prisionero.
Es un lindo mozo'e campo.
Lo esperan allá a lo lejos,
la madre con un bendito
y la novia con un beso.
Está vivo de milagro;
porque el caudillo reseco,
golpea a sus ayudantes
en los yunques del infierno.-
Él se los quita a las madres,
pa darlos a los troveros
que van a sembrar semillas
de tacauaras y guapeos,
cuando le borren su rastro
las heladas del silencio.

Un capitán enemigo
le pregunta al prisionero:
-"¿Dónde anda su general?"
-´"¡Sabe Dios...!- responde el preso,
y se sonríe pensando
que está a media vara de ellos.
Entonces salen al frente
cuatro milicos con réminton.
-"Se le perdona la vida
si nos entrega a Lucero.
Tiene un minuto, ayudante".
Y el caudillo sigue quieto...
recuerda que en "El Talar",
le baliaron el overo...
y que este mismo muchacho
enderezó a lo más feo
y a remesones de espuela
jué gastando el entrevero,
pa dar vida, estribo y anca
a su General Lucero...
Por premiar esa gauchada,
él, delante del ejército
mandó tocar los clarines,
hizo parar ese lancero
la cruz de una bendición
y se la prendió en el pecho...
Hoy dejan que lo jusilen;
él ya no es hombre: es cencerro,
lo necesita su causa
pa entropillar los dispersos;
es la bandera de carne,
la única fe del ejército...
no puede morir por gusto,
como cualquier mozo d'estos;
tiene que cáir de un caballo
al frente de sus lanceros!
-"¡Hable!"-grita el capitán-,
nos va a entregar a Lucero".
El mozo no le contesta,
se jué a cobrar aquel beso...
le está mostrando a la novia
la cruz que ganó supecho...
-"¡Preparen!"
Cumplen la orden.
Y el caudillo sigue quieto:
pero que no se demoren,
porque él lleva un gaucho adentro
capaz de dar más valor
a un muchacho que a un ejército...
-"¡Apunten...!"
Los tiradores
esperan la voz del fuego.
Y los sacude un bramido.
Y se transforma aquel viejo,
y cimbra como una lanza
cuando se clava en el suelo,
pa gritarle al enemigo:

-"¡Soy el General Lucero...!"


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