(Foto: Eduardo Amorim)
Siempre fueron mis cantos como claros cencerros,
llamadores del tiempo, sobre el viejo camino;
cencerros de la estirpe en ranchos, pampas, cerros
convocando a los signos más altos del destino.
¡Dios te conserve gaucha, mi tierra bienhechora!
¡Dios oiga tu cencerro, santa y noble Madrina,
cuando entropilles nuevas legiones de la aurora
en las rutas gloriosas de otra epopeya andina!
Los laureles ¡oh tierra! que te aprietan las sienes
te bastan, por su origen, popular y profundo,
con menos de lo ajeno y más de lo que tienes
del genio primitivo con que enfrentaste al mundo.
¡Cencerro... te hice canto, para que me traslades
en la sangre del pueblo que mi acento levanta
por rumbos de peligros en futuras edades
cuando se haya extinguido la voz de mi garganta!
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