(Fotos: Walter Salcedo)
En aquél galpón sencillo
que estaba justo a la güella,
sonaba de estrella a estrella
el golpe de tu martillo.
Viejo herrero, veo el brillo
que dejaba reluciente
algún fierro bien caliente
y dócil a tu manejo
cuando ponía un reflejo
sobre el sudor de tu frente.
Veo la mesa y el torno,
varios tamaños de mazas,
ganchos, pinzas y tenazas
que nunca estaban de adorno.
Siempre a mano en tu contorno
cortafierros y punzones
y al verte a los apurones,
cuando empuñabas la trancha,
pa'poder hacerte cancha
se apartaban los mirones.
Detrás de una rueda chueca
que nadie vino a buscar,
no era difícil hallar
alguna gansa culeca.
Si el tiempo venía de seca
se aumentaba tu quehacer,
entonces era de ver
llegar la gente con rejas
y el esucharse las quejas
lo que tardaba en llover.
Pa'caldiar no eras tan manco
y en este preparativo
te mostrabas más activo
y salías de tu tranco.
Cuando el fierro estaba blanco
y a punto, todo empezaba;
subía el martillo y bajaba
con toda juria golpiando
y si te estaban mirando
la cosa más te gustaba.
Y a un costao sabía quedar
una reja bien calzada
y además de la caldiada
era cosa de almirar,
si te tocaba enllantar
la rueda de alguna chata.
Le hacías una fogata
en todo su alrededor
y agrandada en el calor
dentraba la llanta esata.
Pa'arreglar eras baquiano
un freno o alguna espuela,
por eso en tu clientela
también dentraba el paisano
y un recuerdo de tu mano
tenía el hombre campero
cuando llevaba en su apero
colgando la california
que sobre aquella bigornia
vos le hiciste con esmero.
Cuando le saco la escoria
a la fragua del pasao,
se mueve un fuelle gastao
que echa un vientito de historia.
Se calienta mi memoria
al prender la evocación
y entre el humo del carbón
de mis recuerdos viejazos,
tus lejanos martillazos
golpean mi corazón.
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