(Foto: Eduardo Amorim)
Hablando de apadrinar,
si del caballo se trata,
yo voy a poner mi plata
a un pingo que es ejemplar;
de esos "capaz" de pechar,
si se cuadra, a un batallón;
lobuno medio charcón,
parece que desmintiera,
como si su estampa fuera
el alma de su patrón.
Cuando mismo un ruedo pisa
como a un campo de entrevero,
parece decir: "yo quiero
una lanza, una divisa".
Cabeza arriba analiza
el campo de jineteada;
y, cuando ve terminada
la faena del bellaco,
no precisa ni los tacos
pa entrar en la atropellada.
De volcarse donde sea,
una muralla pechando,
se para y queda picando,
con las dos manos tantea.
Cuando, en pelo, una pelea
lleva un jinete apurao,
cuando el tiempo ha terminao
en el momento oportuno,
llega con todo el lobuno
y es limpiamente sacao.
La imponencia de su alzada
esconde su mansedumbre,
porque agarró por costumbre
jugarse en la apadrinada.
Si un bagual en disparada
sale del palo juyendo,
tal vez como comprendiendo
la suerte del montador,
ahí demuestra su valor,
siempre llegando y cumpliendo.
Demuestra en su recia estampa
al caballo de trabajo
hecho a rigor desde abajo
igual que flete de pampa.
Altivo, leal y sin trampa.
Mas, quien lo quiera montar
debe saberlo llevar
con mano firme y certera,
como si tan sólo fuera
nacido pa apadrinar.
Ni López con la tostada
ni Santos con la tordilla,
hicieron las maravillas
que él se tiene reservadas.
Llegando a una jineteada
se transforma en el momento.
Pal bronce de un monumento
parece quedar pintao
porque el dueño le ha enseñao
del ruedo el conocimiento.
Por eso, el gaucho Cedrez
siempre engalponado lo tiene,
él sabe que le conviene
guardarlo, que en su vejez
no ha de perder su altivez
sobre el lobuno sentao.
Como nació pal recao,
si su taba no echa suerte,
habrá de esperar la muerte
con el lobuno ensillao.
(Foto: Tomás Fernández Lorente)
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