(Dibujo: Rodolfo Ramos)
De un viejo ceibo colgaba
y escondida entre sus flores
trágica virgen de amores
con corona ensangrentada,
como náufraga olvidada
al desierto y al dolor,
que el pampero bramador
al pasar besa y desgarra;
está la vieja guitarra
que fuera del payador.
Y su dueño, aquél trovero,
viejo de frente cobriza,
de a poco se hace ceniza
lo mismo que un trasfoguero.
Tendido sobre el apero
y con el poncho tapao,
junto al fogón apagao
dejó el mate y la caldera,
y anda el pingo en la pradera
con el maneador cortao.
Fue una tarde de verano,
cuando el sol ya se ponía
que se vio en la lejanía
la figura del anciano.
Atravesando los llanos
desensilló en un ceibal;
y aquel viejo sin igual,
de barba blanca y melena,
traía en el pecho la pena
del payador oriental.
Venía enfermo de tristeza
atravesando caminos,
y era un manantial de trinos
aquella blanca cabeza.
De su pecho la grandeza
vibró en su voz con afán,
rugiendo sus versos cantaba,
porque en décimas lloraba
por las cosas que se van.
Y esa tarde, al acampar,
después que el sol se ocultó,
el viejo cantor sintió
su corazón palpitar.
Quiso ponerse a cantar,
pero quedó enmudecido
mirando el campo carpido
por la reja del arao;
y dijo, "me han derrotao;
ya pa siempre me han vencido".
Y dijo, "patria: me muero;
me va matando el progreso;
te dejo, tierra, mis huesos
entre el poncho y el apero.
Guitarra: cuánto te quiero",
dijo, y besó la encordada.
"Y hoy te dejo abandonada
porque la muerte me amarra.
Te voy a dejar, guitarra,
entre los ceibos colgada".
Al fin colgó de una rama
la guitarra en mudecida;
al pingo ató de la brida;
con el recao hizo cama;
de guayabo y de retama
encendió la última hoguera;
se puso una cabecera
de flores blancas y rojas,
y sepultó entre sus hojas
su plateada cabellera.
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