¿En qué potrero lejano
se prolongará su marcha,
bajo dureza de escarcha
o trebolar de verano?.
¿Tras qué ternero orejano
o rastro de yeguarizo
en el pangaré mestizo
o el malacara lunanco,
irá recorriendo al tranco
el horizonte rojizo?.
Lo enlutaba la golilla
y el sombrero con ribete
y andaba siempre paquete
de botas de cabritilla.
Solo adornaba una hebilla
su cinto de cuero crudo
era fuerte y corajudo
y serio como un facón,
de poca conversación
pero atento en el saludo.
Debajo del cojinillo
acostumbraba llevar
la cuchilla de cuerear
de corvo cabo amarillo.
Tenía un recao sencillo,
corto a la usanza surera
y al borde de la encimera
la california tocaba,
con ruido seco de aldaba
la llave torniquetera.
Con parecido reflejo
al de su sonrisa franca,
la cincha de lona blanca
listaba el apero viejo.
Tusaba liso y parejo
dejando un martillo bajo
y usó para su trabajo
con escondida jactancia,
en vez de los de la estancia,
los dos caballos que trajo.
Uno liviano ligero
el pangaré ya nombrao
tenía paso recortao
y laya de parejero.
Arrollado coscojero
y pronto para montar,
aunque manso en el andar
cualquier madrugada fría
en el arranque podía
arrastrarse a corcovear.
La estampa del malacara,
salvo el anca defectuosa,
era bruñida y vistosa
del lomo a la frente clara.
Reciedumbre de tacuara
que en cada nudo reluce,
ancho y renegrido el tuse
y brasa encendida el pelo
como si tal cosa al suelo
tumbaba una vaca al cruce.
Hombre y caballo parecen
unirse en una figura
sobre la larga llanura
por donde desaparecen
y entre vislumbres que mecen
su incertidumbre en un giro
aún imagino que miro
su porte cuando se fue
montao en el pangaré
y el malacara de tiro.
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