I
Señor de la Quebrada, santo Padre,
por tu poder bendito, te lo pide una madre
que está viendo boquiar a su angelito
y te ofrece pa'que le des vida
hacer estas tres leguas de rodiya
trayendo hasta tu imagen a su hijito
-Oh, Ruperto, tamién con esa cara
qué demontre'e coraje vas a darme,
si hasta veo la rastriyada de una lágrima
que lo mesmito que si juera un sable
te va marcando un rumbo en la quijada...
¡Parate! ¡Se movió! ¡Abrió los ojos!
¿Será cierto o estoy alucinada?
¡No! ¡Si me mira! ¡Si nos mira, viejo!
¡Arrodiyáte, por favor, Ruperto,
y promesale al Cristo'e la Quebrada!
II
Yo soy crudo, Señor,
como las piedras'e los cerros puntanos,
y a juersa'e mirar siempre p'abajo
no he creído en más poder qu'el de mis manos.
Pero si Vos me hacés este milagro
de salvarme al botija, yo te ofresco,
a mi ves, la majadita de veinte cabras blancas,
mi saino bragao, tamién la mula,
y hasta tengo demás la mano surda
si mi pobre jortuna no te alcansa.
III
Y el muchacho sanó.
Mas la serrana,
después de la promesa realisada,
ya no volvió a incorporarse nunca,
y por los altiplanos de la puna
vaga el rebaño de las cabras blancas
junto al saino bragao
y a la baqueana,
y como rara flor de la montaña
extraña a los cardones y a las tunas,
los cinco dedos de una mano surda
quedaron junto al Cristo'e la Quebrada...
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