jueves, 5 de enero de 2017

Leyenda de la picada del Viraró (Relato)



(Para contar en el fogón)

I

Se llamaba Juan José;
desorejao, que lloraba.
Naide lo vio tener sé
sino de giniebra o caña.

Contrabandista mentao;
cuatrero, de la pior laya
y tenía una habilidá
pa floriar una baraja
que había que ser medio bicho
pa descubrirle las marcas.

Muy liberal pa'l cuchillo.
Guapetón p'hacer pat'ancha.
El jue el qu'inventó, vistiar
"a vintén la puñalada".

En el pago le pusieron
Juan "el diablo";
y le cuadraba:
Er'alto; di ojos rasgaos;
di a ratos, en la mirada
tenía luz amarilla
de yaguareté, y dos alas
de cuervo sobre los ojos
como una negra amenaza.

Tenía una madre de güena!
Tuito el pago l'apreciaba.

Jue piona, jue lavandera...
la vejez l'halló cansada.
Tan fiera la pobrecita,
de pelo blanco, encorvada,
se parecía a un arbolito
amanecido en escarcha.

Juan "el diablo", la quería
más que a su poncho y su daga;
pero pa'no dar que hablar...
a dijustos la mataba.

No tenía cruz en el mate
ese critiano: palabra.

II

Dicen que golvió una noche,
dispués de una ausencia larga,
porque tenía un trabajito
muy rendidor: de capanga;
y halló a la pobre boquiando
tendida en su catre'e guascas:
"Mire m'hijo: es Viernes Santo:
mandinga anda suelto, y clama
que ande quiera que m'entierren
antes de rayar el alba,
me güelve a desenterrar
pa vengarse'e sus judiadas.

Dice que usté es un bandido,
que li anda robando fama;
no me deja bienmorir
sacudiéndome las patas...

Cuando muera haga el favor,
lléveme hasta la picada,
me sube en el viraró,
más arriba'e la resaca,
y no me ha de dejar sola
hasta que no raye el alba".

De golpe, entró a temblar;
le gorgotió la garganta;
como apartando visiones
en el aire, maniotaba;
y un repente se quedó
con las vistas como latas.

"El diablo" l'amortajó
con una cubija parda;
dispués, le cerró los ojos
con dos monedas de plata,
y la retobó en el cuero
de la puerta pa'llevarla.

Salió y ensilló caballo;
terció la muerta en el anca,
y empinando bien el chifle
como quien toca "a la carga"
cortó rumbo al trotecito
derecho pa'la picada....

III

Lo que en el monte pasó,
sólo se sabe por cábulas.

Que mandinga concurrió,
está claro como 'l agua:
Pedro Cruz, el rastriador,
siguiendo las rastrilladas,
halló entre las revolersa
güeyas patentes de cabra;
carcula que se toparon,
la cosa fue ramiada,
y comenta la custión
más o menos d'esta laya:

"Juan vino hasta el viraró;
pasó el lazo por la rama,
y a la cincha de su flete
jue subiendo a la finada;
dejó el caballo cinchando,
trepó, y la ató bien atada
con todito el maniador
pa'que no se refalara;
soltó el lazo y se abajó:
ni bien asentó las patas,
se topó con que mandinga
fierro en mano lo esperaba.
(Dios me despeje el camino
pa'gastar las alpargatas!)
Pero Juan no titubió:
L'echó el poncho en la cara,
y a'i nomás, de un solo saque
lo arrempujó a punta y hacha".
(Velay mandinga, afligido
menudiando las cuerpiadas!)

"Pero dejuro; con todo
mandinga tenía ventajas:
medio ducho en malas artes,
de golpe se transformaba,
ya en chalchal, ya en coronilla,
o en blanquillo, molle, o tala".

"Pero Juan no le dab'alce:
meniando fierro avanzaba,
y el monte se diba abriendo
como el pasto a la guadaña!"

(...Carculen lo que habrá sido:
dicen que hasta treinta cuadras
llegaban los alaridos
y el ruidaje de las armas...)

Del resto, yo soy testigo:
(Llegué cuando ya clariaba).
Bien alto, en el viraró,
vi el cuerpo de la finada;
tuito el monte alrededor
estaba talao a daga.

Sólo quedó un tala en pie,
cribadito a puñaladas;
pero tenía las espinas
tintas en sangre del taita;
y Juan contra el viraró,
apoyadas las espaldas,
estaba... (líbreme Dios!)
muerto, y haciéndole guardia.

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