"...guacho y gaucho me parecían lo mismo, porque entendía que ambas cosas significaban ser hijo de Dios, del campo y de uno mismo". (Don Segundo Sombra)
Tiemplo aquí para cantar
Mi diapasón de quebracho
Con el espíritu macho
Del gaucho tradicional,
Del paisano de mi tierra,
Del labriego, del arriero,
Del valiente ganadero
Y el poblador ancestral.
Es áspero como el tala
El cantor de los caminos
De los patios argentinos
Y del pampeano fogón;
Donde pulsa la guitarra
Se desagringa el ambiente,
Se argentiniza la gente,
se hace gaucha una reunión.
El gaucho es la patria misma,
El gaucho es la misma pampa
Erguida en la estoica estampa
Del paisano patriarcal;
Del hombre de la llanura
surgió el soldao de guerra
que expulso de nuestra tierra
al invasor colonial.
El Gaucho es nuestra bandera
Vestida de granadero,
Mano que empuñó el acero
Como otro no empuñara,
Que calzó bota de potro,
Chambergo y vincha genuina,
Una blusa de lustrina
Y arrogante chiripá.
El gaucho es la libertad
y en su argentina figura
cruzó toda la llanura
la cordillera y el mar;
en donde clavó la insignia
donde esgrimió la tacuara,
en donde clavo la insignia,
donde esgrimió la tacuara
en donde el corvo empuña
los uso para librar.
En la efigie del paisano
cruzó el alma de la raza
la guapeza sin coraza
y la nobleza rural;
el gaucho ha dao la sangre,
el gaucho ha dao una herida,
el gaucho ha dao la vida
por el honor nacional.
Para él heredó los chumbos,
Los chuzazos del acero,
Cicatrices en el cuero
Sin retaceos ni fin;
Para él heredo los cepos,
El apodo de cuatrero,
La fama de bandolero
Y el destierro en un fortín.
Sobre la tierra argentina
El gaucho es como el chingolo
Nace solo, muere solo
Y naides lo oye quejar;
Y naides lo oye por que
Está de más que lo diga
Que el mesmo que lo castiga
Es quien lo obliga a callar.
El Gaucho en la reconquista,
Con Belgrano en Tucumán,
El gaucho con el Titán,
De los Andes al través
El gaucho en la montonera
De las vanguardias del Chacho,
De Lavalle en el Quebracho,
De Urquiza el cincuentaytrés.
Por la guapeza del gaucho
La patria escribió su historia
Y cantan himnos de gloria
Al sagrado pabellón;
Pero su gaucho no tiene
Desde Ushuaia a La Quiaca
Donde clavar una estaca
Para atar su mancarrón.
En Córdoba, en las montañas,
se relata una leyenda
en que el robo de una hacienda
terminó con una hazaña.
Era el carnear vieja maña del gauchaje americano,
y un honor para el paisano
que, perseguido, sabía
pelear a la policía
frente a frente y mano a mano.
Cortada a pique en un abra
se desploma un precipicio,
abajo se oye el bullicio
del río que causa el abra.
La cristalina palabra
llega muriendo a la altura
y se pierde en la espesura
de un inmenso matorral,
donde traduce el zorzal
las glorias de la natura.
Era Peralta un cuatrero
de historia larga y mentada.
No escapó de su cuereada
ni siquiera un estanciero.
Audaz, vaquero, matrero,
al atardecer caía,
su largo arreador tendía
y una tropilla apartaba,
y al tranquito se marchaba
riendo de la policía.
Una tarde, el sol poniente
desfallecía en el monte
flanqueándose el horizonte
de un escarlata candente.
Sobre su moro sonriente
y arriando una tropa ajena,
iba el cuatrero Peralta,
con la conciencia serena
y con la frente muy alta
echada atrás la melena.
A hachazos con los zarzales
marchaba abriendo picada
en dirección a la aguada
para abrevar los bagüales;
los ásperos matorrales
abandonaba al tranquito,
cuando oyó de alerta el grito,
y distinguió al alazán
del sargento Perafán,
el más raudo del distrito.
Un estridente alarido
resonó por la espesura,
alzó la cabalgadura
para huir el perseguido,
y al encontrarse perdido
y cortada toda huída
dio un grito a la gente unida,
destemplado, agrio, salvaje
y soberbio en su coraje,
jugó en su moro la vida.
A la espalda, la jauría;
adelante, como un dique,
aquella barranca a pique
que a su fuga se oponía,
no doblegó su energía.
Erguido, soberbio, fiero,
soltó el riendaje ligero;
luego, del poncho se despojó
y en los ojos lo envolvió
de su noble parejero.
Y los bastos seculares
se hundieron en las caronas,
se quejaron las lloronas
al desgarrar los hijares,
y el moro sangrando a mares
se abalanzó al borde mismo,
y en un supremo heroísmo
jinete y potro rodaron,
y al rodar se separaron
pa´ juntarse en el abismo.
Emocionante coraje...
Al pasar el estupor
y lanzarse en su furor
a la avidez y al abordaje,
atónito el paisanaje
vió que aquel gaucho bravío
cruzaba nadando el río
mirando altivo a la roca,
y golpeándose la boca
en señal de desafío.
Mis manos estaban prontas
a pulsar una guitarra,
tal vez a escribir un verso
que diga cosas de amor,
o le cantara a la vida,
a la luna, al sol o al agua.
Y se quedaron muy quietas,
casi mudas de angustiadas,
cuando interrumpió mi mundo
la imagen de un noticiero
que me hablaba de metralla.
La imagen de un noticiero
que me mostraba la sangre
coloreando la pantalla,
y se ensañaba mostrando
lo horrible de esa matanza.
Mas no se equivoque nadie
que me escuche estas palabras:
no me asustaba la muerte
de aquellos hombres que estaban
matándose por sus causas.
Lo que a mí me horrorizó
fue ver calles tachonadas
con cuerpitos muy pequeños,
mojados de aquellas manchas
que indicaban que sus vidas
en ese lugar no estaban,
porque no distingue a niños
la crueldad de las balas.
Porque nunca entenderán
los dueños de la metralla
que los niños no pelean,
sino que sufren su causa,
que es la causa de la paz,
del amor, el pan y el alma.
Por eso nació mi angustia
y se calló mi guitarra.
Por eso me avergoncé
de ser de la especie humana.
Porque si bien es cierto
que es muy lejos la matanza
yo no olvido que son niños,
aunque sean de otras razas,
y que no tienen la culpa
que haya hombres con sus causas
que por imponerlas mueren,
que por imponerlas matan,
olvidando que los niños
son los dueños del mañana,
y que si los niños mueren
también muere la esperanza.
Por eso nació mi angustia
y se calló mi guitarra.
Por eso le pido a Dios,
por tanta muerte sin causa,
que a la peste de las guerras
no le permita jamás
ni arrimarse por mi patria.
Recia estampa que esculpieron
el sol, la lluvia y los vientos,
corazón y sentimiento
que a campo abierto nacieron;
brazos fuertes que se hicieron
entre crines y entre guampas,
reproducción de una estampa
grabada a pura guapeza
que va perdiendo firmeza
en el cuadro de la pampa.
Tiene por “reino”, una estancia,
y por “trono”, un redomón;
su “culto” es la tradición
que modeló su arrogancia,
su perfume es la fragancia
del trébol y la gramilla;
su lujo es una tropilla,
su pasión, una guitarra
que sus manos como garras
con suaves notas, ensilla.
Vista ropas de rigor,
por toda joya un cuchillo;
tiene en su aspecto sencillo
la prestancia de un señor;
su gesto dominador
y su palabra medida
dan la impresión enseguida
de hallarse frente a un varón
que a impulsos del corazón
le va guapeando a la vida.
Hace punta su figura
en las más rudas jornadas
y se agrandan las peonadas
con su ejemplo y su bravura;
su varonil apostura
y su cantar de jilguero
lo han hecho luz de un lucero
que en madrugadas hermosas
alumbra sueños de mozas
que van buscando su alero.
Corasón, no seas flojaso
ni te pialés en tus penas,
ricordá que hasta en las piedras
nasen floristas'e raso;
y que si el sol en ocaso
emponcha al vaye en tristesas,
repuntando l’asperesa
de la sintura serrana…,
güelve aparecer mañana
con oro, luses y fiestas.
Que si el malón del pampero,
atronador y bravío,
con sus chusasos ‘e frío
hase gemir los aleros,
cambea en abril sus arreos
y en susurro, brisa, canto…
trái de las cosas del campo
aromas, besos, suspiros…,
y hasta el “Amén” de un estilo
pa’ que se duerman los ranchos.
Quien te vido, se rairía;
vos qu'en malambo de amores
sapatiastes tus primores
sobre el querer de las chinas…,
hoy, sólo, porque una indina
en yerra d’ingratitú
te quemó con su atitú,
¿vas a hosicar en la vida?
no, pues; corazón, ¡arriba!...,
y a repechar juventú.
No te rindas, corasón,
ni pasuquiés tu congoja,
mirá que la vida es floja,
no tiene más que’l tirón;
aguantále su encontrón,
que dominada en el chumbo
te ha de cabrestiar po’el mundo,
alegre, amorosa, güena,
¡hecha arpegio en tu vigüela
y coscoja en tu lobuno!
Rancho pobre de un mensual
lindero de un arroyito
tras un monte d’eucalito
y un ancho cañaveral,
todito blanquiao con cal,
algo petisón de afuera,
pero ya de la tranquera
se le ve el horno de barro,
la bomba, plantas en tarros
y un cerco de enredadera.
La cocina es muy sencilla
-se va a dar cuenta al entrar-
junto a la vieja “Istilar”
una pilita de astillas;
dos bancos largos, tres sillas,
la mesa larga y coqueta,
con florero y con carpeta
prolijamente bordada
y tras la puerta colgada
la bolsa con la galleta.
Enfrente de la ventana
la máquina de coser
donde siempre la mujer
remienda, zurce o hilvana,
una cajita alazana
es costurero, presumo;
allá por el techo, el humo
se enrieda en la telaraña
y del otro lao: la caña
con algo para el consumo.
Al lao, la pieza chiquita
con cama catre y ropero,
un retrato del puestero,
el baúl, una mesita;
por si cayeran visitas
hay manta’ y ponchos doblao.
Con una lezna ha clavao
el mayor de los cachorros
la foto grande de “El Zorro”
cuando Nielsen lo ha montao.
Hay otra pieza a la vez
-esa es la del matrimonio-
color “florcitas de otoño”,
será… de cinco por tres,
la cama, de bronce es,
la mesa de luz, divina,
el ropero haciendo esquina,
en un rincón la escopeta,
y abajo de la banqueta
el tarro de acaroína.
Así es, como les digo
el rancho de este paisano,
si gusta, golpeé las manos
que va a encontrar un amigo,
un catre, un plato, un abrigo
y la sincera amistá,
entre tanta soledá,
rodeao de tanta simpleza…
¡Lo que le falta en belleza
le está sobrando en bondá!
(Pintura: Molina Campos)
Hasta el lobuno he’nsillao
y se me larga a llover,
¡con lo que tengo que hacer
que tiempo más desgraciao!
Pero si Dios lo ha ordenao
le tendré que cabrestiar,
¡que me voy a retobar
si el cielo no tiene agujeros
donde meterle los dedos
pa’ que deje de gotear!
¡Aura si!, con esta leña
y algunas charamusquitas,
mi viejo fogón palpita
y en calentarme se empeña;
de mi voluntá se adueña
las ganas de no hacer nada
y me ayuda la encordada
con que mi mano trompieza,
pa’ asujetar la tristeza
que viene de atropellada.
Ya que la tengo abrazada
tan mansa y tibia la siento
que casi me hayo contento
que el tiempo haga esta jugada;
en su música embretada
queda mi melancolía
y toda la vida mía
desfila de a remezones,
como si arriara en sus sones
las tristezas y alegrías.
El rencor o la amistá,
lo bueno como lo malo,
la mezquindá o el regalo,
el amor… la soledá…,
odio, perdón y piedá
se mezclan en el izquierdo,
y al rastriar, el tiempo lerdo
toda la vida empareja,
como pa’ tapar las quejas
que nacen de los recuerdos.
¿Me estaré poniendo viejo
que al sentimiento le aflojo?
Él me maneja a su antojo
y yo, dominar, lo dejo.
Estos recuerdos añejos
que el mal tiempo me ha traído,
casi los he bendecido
aunque en antes renegué,
por eso aura pienso que:
¡gracias a Dios, que ha llovido!