El viejo Rosendo Luna
viendo su etapa cumplida
decidió vivir la vida
disfrutando su fortuna.
No hallaron forma ninguna
de hacerlo reflexionar
cansado de trabajar
el día que cumplió setenta
dijo: “Pongo todo en venta…
¿cuánto más puedo durar?”.
Y allí lanzó un desafío
diciendo: “Solo me basto
y a la plata me la gasto
porque lo que es mío es mío”.
Sin oír el vocerío
de sus hijos que a la par
no se podían resignar
que la herencia les gastara
y él les gritaba en la cara:
“¿Cuánto más puedo durar?”.
De bombachas y alpargatas
a la Capital viajó
y allá un piso se compró
con vista al Río de la Plata.
como había llegao a pata
se fue a una agencia a buscar
un auto para pasear
con vidrios polarizados
diciéndole a los empleados:
“¿Cuánto más puedo durar?”.
Eso sí, llevó el recao
de sus tiempos de jinete
y arriba de un caballete
lo tenía acomodao.
A veces, entusiasmao,
en él se solía montar
y a la gente del lugar,
que de abajo lo veía
desde el balcón le decía:
“¿Cuánto más puedo durar?”.
Los años lo fue pasando
en lujos y en festicholas…
tiró tanto de las piolas
que seco se fue quedando.
Casi a los noventa, cuando
no había más para gastar
contento llegó a pensar
que la pobreza no mata…
viejo, sin campo y sin plata:
¿cuánto más podía durar?
Y en un ranchito vivió
hasta el final de su vida
pues la familia, ofendida,
sin herencia, lo ignoró.
Su ejemplo a mi me sirvió
y a ustéd lo vengo a invitar:
anímese a desafiar
el temporal aunque moje
y haga lo que se le antoje
¿cuánto más puede durar?
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