miércoles, 5 de agosto de 2015

Décimas de don Antonio Gil



Planta un árbol convencido,
aunque el sitio en que lo plantes
no sea tuyo y mueras antes
de saberlo florecido,
que hará un pájaro su nido
a su abrigo acojedor,
que a un hombre trabajador >
será su sombra propicia,
y que siempre beneficia
 lo que se hace por amor.

Me enviaron a trabajar
cuando aún era tan pequeño,
que hasta me parece un sueño
que eso pudiese pasar,
jugar, no aprendí a jugar
y aunque lo hubiese aprendido,
por la noche tan rendido
me dejaban los recados,
que mis últimos bocados
 me los mascaba dormido.

Es cierto, mi vida
nada tiene de particular,
monótono trabajar,
jornada sobre jornada,
esta guitarra templada,
 alguno que otro soñar,
llorar cuando hay que llorar,
 reír si toca la risa,
vida que así se desliza,
¿a quién pude interesar?

Lucidez en el decir,
transparente la intención,
piedad en el corazón,
vivir y dejar vivir,
no ser lastre, no pedir,
de recibir saber dar,
ofendido perdonar,
o dar la ofensa al olvido,
hablar con hondo sentido,
hablar y dejar hablar.

No caigas a la reunión
con un jarro de agua helada
a destemplar la templada
fe de ningún corazón,
que aunque te sobre razón
 y estar en lo cierto creas,
es imperioso que seas
capaz de condescender,
una cosa es imponer,
otra intercambiar ideas.

Verso que no hable de amor,
o que al amor no recuerde,
es como una llama verde
sin la gracia de una flor,
¿qué ha de cantar el cantor
si no lo agita el querer?
¿Cómo habrá de convencer
el ruido de su garganta,
cuando no canta el que canta
pensando en una mujer?

Cuando clamo sólo estoy,
miento, porque estoy con ella,
lazarillo de mi huella,
por ella soy lo que soy,
como una criatura voy
en pos de su claridad,
y es tanta la santidad
del hondo amor que le tengo,
que a menudo me contengo
por no llamarla 'mamá'.

En mi velorio quisiera
que te hallaras tú presente,
cuatro velas, poca gente,
y algún gracioso cualquiera
que contase o que dijera
algo para entretener,
que es el último querer
de un egoísmo postrero:
de morirme primero
que el tenerte que perder.

No nací para enemigo,
y he tenido amigos buenos,
o fueron buenos al menos
al enfrentarse conmigo.
Porque coseché mi trigo
 sin molestar al lindero,
de la vida en el tablero
tuvo suerte mi ajedrez,
y hoy llego a la madurez
 consecuente y compañero.

Cuantas veces me consuelo,
eterno desconsolado,
ante un perro abandonado
hecho un ovillo en el suelo,
mi desvelo a su desvelo
pongo en línea de igualdad,
su orfandad con mi orfandad
mido, a silencio me llamo,
porque ese perro sin amo
humilla mi soledad.

Tiende tu mano al vecino
porque sí, por elegancia,
que no todo sea ganancia
a lo largo del camino,
cambia de sabor el vino
cuando no hay con quien brindar,
¿qué harás con atesorar
y ser opulento en bienes,
si entre tus bienes no tienes
el bien supremo de dar?

A dos excelsos José
invoca mi corazón
para imantar su emoción
y purificar su fe,
uno extraordinario fue
arquetipo paladín,
fustigó el otro lo ruin
con los azotes más grandes,
son dos José:
José Hernández
y José de San Martín.

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