Tan fiel conservo tu estampa,
tu estampa gaucha, resero,
que a veces yo me pregunto
si es verdad que te recuerdo
o es que te llevo en el alma
como la vaina al acero.
La admiración que sintiera
por ti en mis tiempos primeros
es la misma admiración
que hoy siento llegando a viejo.
Yo sé que es mucho pedir
pintarte de cuerpo entero,
pero valga la intención
que pongo al hacer los versos.
¿Tu nombre? don Ezequiel,
don Zenón, don Anacleto...
(¡Qué bien quedaba ese "don"
nacido de mi respeto,
cuando yo te saludaba
echando mano al chambergo!).
¿El apellido? Giménez,
Navarro, Gauna, Requejo,
Godoy, Quiroga, Ramirez,
Roldán, Lavarga, Peredo
(que los nombres se hacen gauchos
según quien los lleve puesto).
Me basta cerrar los ojos
para encontrarte de nuevo
montado sobre un lobuno,
sobre un zaino, un lunarejo,
un "colorao sangre'e toro",
un alazán o un overo,
(que el pelo tampoco le hace;
todo es la mano del dueño).
Me basta reconcentrarme
para salir a tu encuentro
por esos largos caminos
donde mis ojos te vieron.
Resero de bota y poncho,
blusa, bombacha y pañuelo,
que nunca saldrá de pobre
porque le sobra con eso.
Yo te quisiera pintar,
pintarte de cuerpo entero,
pero me faltan palabras
para pintarte por dentro.
Nacido para el camino,
es tu destino, resero,
un eterno ir y venir,
un ir y venir eterno.
Plumón de cardo pampeano
que va enancado en el viento,
apenas tenés querencia
que haga apurar el regreso:
tu vida es estar llegando;
estar llegando y partiendo.
Triste destino es el tuyo:
nacer y morir resero;
ir enhebrando distancias
siempre detrás del arreo,
como quien va inútilmente
queriendo cazar un sueño.
¡Nacer y morir arreando!
¡Nunca lo tuyo! ¡Siempre ajeno!
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