(Foto: Eduardo Amorim)
Este tirador, mi amigo,
y la rastra que aquí ve
justo a explicarme ni sé
los años que andan conmigo.
Prendas que van al abrigo
del lucero y de la luna;
dos prendas que se hacen una
y así son, sin que les sobre,
riquezas de un gaucho pobre
sin ambición de fortuna.
Hubo unos años tan flojos
pa mi oficio de resero
que estuve con el pulpero
endeudado hasta los ojos.
Como oveja con abrojos
andaba de mal en peor,
y más de un caballo flor
lo he dao pa poder pagar,
pero alcancé a conservar
mi rastra y mi tirador.
Lo chairé a mi corazón
pa enfrentar las horas malas,
por más que a veces, los talas,
se rinden al ventarrón.
Pa borrarme un nubarrón
la rastra brillaba igual,
y en ese tiempo fatal
mi tirador, ¡quién lo viera!
tapao en plata de afuera
y adentro sin medio real.
Hoy otra vez con tropilla
y con trabajo a montones
embozalando ilusiones
sigo mi vida sencilla.
Y cuando aquél que acaudilla
bien llamao Nuestro Señor,
me aplique la de rigor
pa ocupar mi sepultura
¡déjenmé en la cintura
mi rastra y mi tirador!
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