(Pintura: Patricio E. Marenco)
Marchaba el ganado
con trote ligero,
levantando polvo
del trillado suelo;
y alegre lo arreaba
el mozo tropero,
silbando bajito
un aire de cielo.
Al llegar a un paso
detuvo el arreo
para que la tropa
tomara un resuello.
Salvando las aguas
sobre pies de fierro,
aéreo alambrado
pasaba el telégrafo
de vibrantes hilos
y aisladores huecos
en forma de orejas;
y al verlo el tropero
pensó, sin malicia,
al chasque de fierro,
que iba hasta su pago
de los Cincos Ceibos,
pedirle un servicio
de buen aparcero.
Acercó el caballo,
y como en secreto
hablóle así al poste:
-"Oiga compañero;
dígale a mi china
que le mando un beso,
un abrazo fuerte
y muchos recuerdos;
dígale que vivo
con su pensamiento,
y que no se aparta
de mí ni en los sueños.
Y a mi madre vieja
dígale, aparcero,
que no esté afligida,
porque sigo bueno,
y, si Dios me ayuda,
volveré contento
a darla un abrazo
antes de San Pedro".
Apartando el flete
del poste de fierro,
murmuraba el mozo:
-"Gracias, aparcero;
si algo se le ofrece,
yo soy Juan Aceño,
y tiene su casa
en los Cinco Ceibos".
Y con un silbido
y dos revoleos,
la tropa apurada
pasó casi en seco
el angosto cauce;
y en el polvoriento
camino, dejando
un leve reguero,
siguió al trote corto
con rumbo a los cerros.
Alegre la arreaba
el mozo tropero,
silbando bajito
un aire de cielo.
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