(y
haciendomé el distráido)
con las
vistas había cáido
sobre la
María Isabel.
Estaba en
el rancho aquel
porque se
casó un amigo,
del casorio
jui testigo
-aunque no
sé de papeles-
enguyendo
unos pasteles
estaba como
les digo.
Esa moza
era la hermana
de’ste
paisano amigazo
y yo
desataba el lazo
de mi gusto
con gran gana.
Cuando
empezó la jarana
y el
bailongo ya se armó
áhi jui a
sacarla yo
pa’ bailar
una ranchera
¡malaya
suerte matrera!
La moza
dijo que no.
Volví a
templar la bordona
ya que me
había parao
encaré a la
de al lao
que tiraba
pa’ viejona;
salí con la
percherona
bien gruesa
y carretiyuda,
crina
tordiya, dientuda
y pa’ pior,
conversadora
al yamarla
yo “Señora”
me dijo:
“Si… pero viuda”.
Cuando la
quise yevar
pa’
sentarla en su banco
no me dejó
dar ni un tranco
y ya me
volvió a’garrar.
Empezaban a
tocar
un
valsecito campero
“-No me
yeve muy ligero”
-me dijo
toda mimosa-
y de yapa
vi a la moza
bailando
con un pueblero.
Cuando pude
la largué
a la gorda
enamorada
y al borde
de la enramada
en un
tronco me senté.
¿Y ahura
que hago?, priegunté
pa’dentro,
mientras miraba
que la
María bailaba
con el de
saco y corbata,
l’iba’arrimando
la chata
porque’n el
óido le hablaba.
Aunque’nvideando
al pueblero
dispués de
pasao un rato
ayí
pidiendo un barato
canté un
estilo surero.
Lo dediqué
con esmero
al
matrimonio aquel.
Como la
María Isabel
ya tenía
pretendiente
manotiando
de la juente
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