de algún
criollo antepasau,
salí
bastante avispau
pa’
revolear el torcido.
Entre
muchos fui tenido
como un
picaflor certero,
y en el
ambiente campero
ni bien
las yerras llegaban,
los
patrones se peleaban
pa’
convidarme primero.
Sin hacer
distingo alguno
de corral
o puerta afuera,
tumbé
manadas enteras
con otros
tantos vacunos.
Yeguas,
potros y torunos,
padrillos
de crin volcada
al toparse
con mi armada,
atestiguarlo
me atrevo,
¡quedaban
mostrando el cebo
como cuzco
en tierra arada!
Entrando
un poco en detalles
y hablando
de piales puros,
era pa’l
golpe seguro
como
rodada en la calle.
Una vez a
un tal Lavalle,
criador de
criollos lobunos,
en el momento
oportuno
que quiso
probarme el filo,
le agarré
“dieciocho” al hilo
sin que se
zafe ninguno.
Tenía un
lacito cortón
entrador y
silencioso,
que era
pa’ mi de goloso
como el
queso pa’l ratón.
Con él en
una ocasión
que era
pión de un tal Arriola
porque no
me daba bola
la menor
de las muchachas,
le quebré
una oveja guacha
y me
pelaron la cola.
Cada vez
más ponderau
por
patrones y mensuales,
anduve por
mil corrales
con mi
lisito mentau,
sin darme
cuenta, encelau,
que
descuidaba mi hacienda,
la cosa
fue que mi prienda
por
ligerona y despierta
al ver la
tranquera abierta
buscó el
campo a media rienda.
¿Ande te
irás orejana?
le grité y
armé con torta,
que si el
tiento no se corta
aquí te
espero mañana.
Le tiré
con tantas ganas
que de
angurriento la paso,
y pa’
aumentar mi fracaso
en mi tiro
más maleta
le agarré
media paleta
y se me
fue con el lazo.
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