Quemaba el sol; ardía el espartiyo
En la inmensa yanura como yesca,
Y él, tendido a lo largo en el apero,
Sestiaba en la glorieta.
Tenía de un láo una boteya e caña
Recostada a las botas con espuelas,
Y el de apala arroyáo a la cintura
Como pa que el facón no se le viera.
Adentro, con los ojos soñolientos,
Descansando la frente entre las rejas,
El pulpero -un nación entuvía mozo,-
Miraba al gáucho y se sonréia a medias.
Redepente una gringa petizona,
Relinchando al hablar, como una yegua,
En la idioma d'entrambos al pulpero
No se qué chisme le sopló a la oreja,
Dejuro una diablura, porque el gringo,
Sacudiendo de pronto la soñera,
Sacó de una tinaja un jarro de agua
Y al que dormía lo roció con eya.
Enderezóse el gáucho despacito
Como quien, satisfecho, se dispierta;
Calzó las botas, ensiyó el matungo,
E indiferente se acercó a la reja.
Tras eya, el matrimonio, aparentando
La mesma indiferencia,
Comentaba el calor de aquel verano
Y los perjuicios que iba a tráer la seca...
Terció el gáucho en la charla, asegurando
Que iba a yover aqueya noche mesma,
Y pidiendo una copa p'al estribo -
Como quien de un olvido se da cuenta-
Le preguntó al nación si no había visto
Cruzar un mancarrón de tales señas...
"Cuya marca"... Y sacó pa dibujarla
El filoso facón... La gringa autera
Con grandes ojos de ternera guacha,
Pegada a su hombre, se acercó a la reja...
La vido el gáucho; y como tigre de ágil
La calzó de las greñas.
Partió de un tajo la nariz del gringo,
-Que se jué contra un banco de cabeza-
Y a la mujer, por el espanto muda,
Le escupió por la geta.
Diciéndole entre grandes carcajadas:
"Tomá, pa que apriendás... hija de yegua,
Que los hijos del páis no semos postes
Pa que nos méen mamporras de otras tierras".
Y enderezó p'al monte al trotecito,
El gacho echáo pa'trás, la frente enhiesta,
A esa hora en que los pastos se reaniman...
Y las torcazas los cardales dejan.
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