Las razas se misturaron
y un nuevo espíritu hicieron,
los payadores se jueron...
cuando de cantar dejaron.
Las costumbres se cambiaron
de un tiempo que fué mejor.
Y hoy cualquier macaneador
que pa vivir larga un grito,
porque acierta en un versito
¡ya se llamó payador!
Yo conozco payadores
que agatas saben hablar
y que se las quieren dar
muchas veces de dotores.
Dicen ser educadores
sin yegar a comprender
que se precisa saber
pa que se pueda educar
y que el que quiere enseñar
antes tiene que aprender.
A la guitarra campera,
le hizo su nota perder
cantando como mujer
un payador de galera.
Que pa lucir las caderas
se viste bien ajustao,
y como es muy delicao,
pa que al soplar el pampero
no le haga daño en el cuero,
lo yeva siempre empolvao.
Hay cantores delicaos,
que en sus cantos provincianos
me parecen italianos
que gritan amontonaos
de a dos o tres apareaos
y formando así un montón
dan comienzo a la canción
mientras grita uno finito
el otro larga su grito
como bajo de acordeón.
Y las guitarras se quejan,
así como protestando
contra los que están cantando
y sin dulgura las dejan.
En las notas que se alejan
se va como ahogao el yanto
porque áhura es áspero el canto
y con él solo se alcanza
lo que precisa la panza
pa que no amuele el quebranto.
Ya el poncho, las nazarenas,
la barba negra y cerrada,
la vincha en la frente atada
pa sujetar la melena;
el payador que la pena
mataba del corazón
con su sentida canción
se va borrando despacio,
¡como reemplaza el palacio
al ranchito de terrón!
Todo en la vida se acaba
y por eso del camino
se jueron Trejo, Gabino
Cazón y don Juan de Nava.
Es que la guadaña brava
con eyos hizo un montón
y ansina se le jué el son
que la guitarra tenía
¡cuando el viejo De María
la templó junto al fogón!
¡Payadores! Yo me entrego
muchas veces a pensar
porque así se hacen yamar
cocoliches o gayegos,
de esos gritones reniego,
porque ni la sombra son
de las que junto al fogón,
cantando, daban coraje
al valiente paisanaje
que hizo libre a mi nación!
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