(Foto: Eduardo Amorim)
Iban entrando al paraje
de
la estancia “La Florida”
por
una calle tendida
de
muy bonito paisaje;
serio
los hombre’n el viaje
gritándole
al cola fina
y
al tranquiar de la madrina
con
el tañir del cencerro,
alborotaban
los perros
de
algunas casas vecinas.
“-Vaya a
charquiar la paleta
(dijo
el capataz Mauricio)
de pasada alce
los vicio’
que están en esa
maleta;
va a ser mejor
que le meta
y vaya
prendiendo fuego
que nosotros
vamos luego,
tengo que
acortar el tranco
porque van dos
toros mancos,
si los apuro… no
llego.”
Una
legua galopió
más
o meno’aquel resero
y
al puesto del caminero
al
poco rato llegó,
ni
bien las manos golpió
lo
invitaron a pasar,
dijo:
“-Vengo a molestar
si no es ningún
compromiso,
quiero que me
den permiso,
traigo carne
para asar.”
Iban
tejiendo amistá
achicando
las distancias
arriando
pa’ las estancias
o
rumbo a Vivoratá;
reseros
y capataz
compartían
un buen mate
y
mientra’el fuego se bate
con
la llama que no apaga
comentan
de Madariaga
que
estuvo lindo el remate.
Las
vacas amontonadas
no
se ven por esa senda,
en
los camiones de hacienda
ahora
viajan enjauladas,
de
esa forma transportadas
a
cualquier punto se van,
pero
esos hombres no están
marchando
por los praderas,
solo
queda la tapera
de
don Salvador Luján.
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