"...guacho y gaucho me parecían lo mismo, porque entendía que ambas cosas significaban ser hijo de Dios, del campo y de uno mismo". (Don Segundo Sombra)
(Dibujo: Eleodoro Marenco) Milonga gaucha que estás… Afirmada a mi bordona Tu letra mi voz entona Cuando estoy triste demás A veces… ¡me consolás! Como una amiga querida Y me sos tan conocida Que es difícil esconderte Y bien fiel, sabés dolerte ¡Por las penas de mi vida!
Ocasiones la alegría… me desborda a la pasada Y sos milonga cantada ¡Con toda la fuerza mía! Tu arrolladora porfía ¡Echa a la culera suerte! Y empiezo a desenvolverte Entre un Mí, y un Dominante Y alejás mi consonante ¡Por un rato de la muerte!
Creo que haberte encontrado Entre versos espineles Pone a mi frente laureles ¡Que en rimas me has obsequiado! ¡Te he de cantar y he cantado! En ciudades y fogones Y por los gauchos rincones de nuestra tierra Argentina Y sos la forma genuina… ¡Que hermana los corazones!
Amante del payador De coplas improvisadas Vos sos la musa inspirada En dulces versos de amor Y vas de acuerdo al calor… Que domine el contrapunto Ofreciendo a los dos juntos El tema de tu argumento Que resuelven al momento ¡Entre respondo y pregunto!
¡Ah… milonga corralera! ¡Triste milonga sentida! ¡Milonga surera vida! ¡Milonga mi compañera! ¡Ciudadana, arrabalera! ¡Milonga de trovador! Que canta cuitas de amor ¡Milonga siempre milonga! Cuando décimas propongas… ¡Siempre tendrás un cantor!
(Pintura: Eleodoro Marenco)
Arriba los corazones
de los criollos del presente
que ya está el alma latente
de las gauchas tradiciones;
ardiendo están los tizones
de los fogones camperos,
y los trinos placenteros
de las guitarras templadas,
se escuchan en las ramadas
del pueblo de Ballesteros.
Desde allí parte el contento
del gaucho altivo y cantor,
y hasta el zorzal trinador
le canta dianas al viento,
a la luz del firmamento
el sol dora la espesura,
y con profunda ternura
el gaucho prolijo ensilla
el mejor de su tropilla
que es un zaino ¡raza pura!
Mientras el paisano ajusta
su recao con el cinchón
un sabroso cimarrón
le alcanza su prenda justa;
¡Es una criolla robusta
nacida allá en Pago Largo!
Ella así como de encargo
contempla al zaino ensillao
y él la mira de costao
saboreando el mate amargo.
Volverán las alegrías
igual que en los tiempos idos
y nuestros gauchos queridos
irán a las pulperías;
volverán las fantasías
de los bailes y canciones,
las sonoras vibraciones
de las arpas y las quenas
y se ahuyentarán las penas
de los criollos corazones.
Volverá el gaucho a tener
su pingo, hacienda y majada,
y en su querida ranchada
un feliz amanecer;
sabrá el paisano imponer
su voluntad y nobleza
y bien alta la cabeza
a fe de buen argentino,
sabrá defender con tino
a su patria y su grandeza.
Volverán la chacarera,
el gato y el pericón,
y la dulce relación
de la criolla campera;
se alzarán en la tapera
prendas que alguno ha olvidado:
el poncho, el lazo trenzado,
la daga y el tirador
y cantará el payador
los recuerdos del pasado.
Quién les hubiera dicho que sus mayores vinieron por un mar, quién les hubiera dicho lo que son un mar y sus aguas.
Mestizos de la sangre del hombre blanco, lo tuvieron en poco, mestizos de la sangre del hombre rojo, fueron sus enemigos.
Muchos no habrán oído jamás la palabra gaucho, o la habrán oído como una injuria. Aprendieron
los caminos de las estrellas, los hábitos del aire y del pájaro, las
profecías de las nubes del Sur y de la luna con un cerco.
Fueron
pastores de la hacienda brava, firmes en el caballo del desierto que
habían domado esa mañana, enlazadores, marcadores, troperos, capataces,
hombres de la partida policial, alguna vez matreros; alguno, el
escuchado, fue el payador.
Cantaba sin premura, porque el alba tarda en clarear, y no alzaba la voz.
Había
peones tigreros; amparado en el poncho el brazo izquierdo, el derecho
sumía el cuchillo en el vientre del animal, abalanzado y alto.
El diálogo pausado, el mate y el naipe fueron las formas de su tiempo.
A diferencia de otros campesinos, eran capaces de ironía.
Eran sufridos, castos y pobres. La hospitalidad fue su fiesta.
Alguna noche los perdió el pendenciero alcohol de los sábados.
Morían y mataban con inocencia.
No eran devotos, fuera de alguna oscura superstición, pero la dura vida les enseño el culto del coraje.
Hombres de la ciudad les fabricaron un dialecto y una poesía de metáforas rústicas. Ciertamente no fueron aventureros, pero un arreo los llevaba muy lejos y más lejos las guerras.
No
dieron a la historia un sólo caudillo. Fueron hombres de López, de
Ramírez, de Artigas, de Quiroga, de Bustos, de Pedro Campbell, de Rosas,
de Urquiza, de aquel Ricardo López Jordán que hizo matar a Urquiza, de
Peñaloza y de Saravia.
No murieron por esa cosa abstracta, la patria, sino por un patrón casual, una ira o por la invitación de un peligro.
Su
ceniza está perdida en remotas regiones del continente, en repúblicas
de cuya historia nada supieron, en campos de batalla, hoy famosos.
Hilario Ascasubi los vio cantando y combatiendo.
Vivieron su destino como en un sueño, sin saber quienes eran o qué eran.
Su flete tuvo Güemes
lo mismo que Facundo,
lo tuvo Martín Fierro,
lo tuvo San Martín;
pero si un día fuimos
el granero del mundo
eso se lo debemos
a un pingo sin segundo
que aró y sembró la pampa
prendido a un balancín.
El pingo que yo digo,
ese que ya no se ata
no conoció herraduras
ni tapas, ni galpón;
y se quedó sin pasto
cuando la seca ingrata
y atravesó pantanos
tirando de una chata,
con lanas y cereales
pa'l puerto y la estación.
A veces sintió el frío
de las pecheras duras,
que en su pecho sangrante
pusieron sin piedad,
y como enseña el heroe,
heridas y costuras,
mostrando el pelo blanco
de viejas mataduras
a orillas de un camino
quedó en la soledad.
Noble mozo campero
si tiene algún maceta,
no lo abandone nunca
se lo digo porque...
ese camino que hace
usted en la camioneta;
lo hizo un día su abuelo
manejando un sotreta,
pa'ir a buscar los vicios
sentao en el charret.
Al pingo de carrera
mil versos se le han hecho,
al caballo de guerra
venerado corcel,
pero naides lo nombra
al caballo de pecho,
al que lo abandonaron
cuando quedó deshecho
por eso con mi canto
le pongo este laurel.
Floreo: Si lo de la Biblia es cierto y resucita Gabino, verán de que sus caminos de bardos están cubiertos. Y sabrá entonces que no ha muerto la habilidad ni el talento y por más que sople el viento, no se apagan los fulgores, mientras haya payadores como éste: que aquí presento.
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Un vientito sureño el día refrescaba,
hasta el patio de casa trajo un plumón de cardo
que casi parecía una arañita blanca,
que de un hilo invisible al suelo iba bajando.
Al verlo mi memoria me montó a la infancia,
y recordé las horas vividas en el campo
cuando con otros chicos, como era la costumbre,
a los panaderitos hacíamos encargos.
Entre el pulgar y el índice de la mano derecha
como si fuera un niño lo puse con cuidado,
y olvidando las canas que mis sienes blanquean,
le hablé con la inocencia de mis primeros años.
Le saqué la semilla que por lo pequeñita,
costaba percibirla con la vista y el tacto,
y la llevé a la boca y el paladar con ella
sintió las sensaciones de un saborsito raro.
Lo puse ante mis ojos y me quedé pensando,
en esos cirujitas que ambulan por mi barrio,
juntando cosas viejas para ganarse un peso
le entré a pedir tortitas, bizcochos y pan blando.
Le dije despacito: "panaderito criollo"
volá hasta la cocina de los más pobres ranchos,
y en las bolsas paneras que vacías se encuentren,
depositá el pedido que humildemente te hago.
LLegá sin perder tiempo hasta esas criaturas,
que de hambre lloriquean por no tener amparo,
llevando el regalito de alguna facturita
o al precio su alimento de un pancito dorado.
Después con un suspiro lo eché otra vez al aire,
y mientras se alejaba, yo me quedé pensando
que mi propia miseria menos triste sería
si ese panaderito cumpliera con mi encargo.
Bastante manso de abajo,
¡lindo potro clina clara!,
ruano alazán malacara
como hecho para el trabajo;
un tal "Choique" me lo trajo
diciéndome entusiasmao
qu'él ya lo había palenqueao
pero que necesitaba
que yo que domando andaba
se lo entregara enriendao.
-"Déjemelo nomas don",
le dije en un tono manso
que yo mismo se lo alcanzo
en cuanto este corrientón
y el día qu'en un limpión
con mi hermano lo ensillé,
después que lo galopié
le comenté sin gambeta:
-"No me gusta este sotreta
por más que manso se ve".
No quiere ni galopiar
y trotea como alunao
mirándose los costaos
con ganas de corcovear.
Para mí que va'arrancar
en la menor travesía
pero el asunto sería
que no me sacara mal
después que se parta igual
el resultado se vería
No lo podía tirar
porque apurao no avansaba,
a los perros los pateaba
y a los montes ni que hablar.
Pero un día al galopear
en un quemao hecho senda,
medio lo cimbré en la riendas
y me le largué p'atras,
pegó un grito y ahi nomás
me declaró la contienda.
En el primer arrastrón
me le quedé con las patas
apretando, pero a gatas
un tobillo en un corrión,
las riendas como un chambón
de un viaje me las corrió
despues mucho corcoveó
y con el tiempo pensé
que de lástima tal vez
esa vez no me volteó.
Otra vez ya más andao
atajando unos capones,
al saltar unos zanjones
volvió a hacerse el asustao;
esa vez sobre el recao
solo me quedé de suerte
ya que domar no es la muerte,
a mi hermano le contaba;
que si el ruano corcoveaba,
¡corcoveaba pero fuerte!
Yo había empezao a creer,
que en cuanto mal me sacara
aquel ruano malacara
capaz me iba a perder.
Y Ponciano al entender,
de esas cosas campechanas
me decía entre jaranas:
-"Se hace el loco y es capaz,
si vez que te le achicás,
de comerte la picana".
Y ansina nomás sucedió
un día entre unas jarillas
que iba arriando la tropilla
de la cola se asustó.
No se si le aguanté dos
saltos al alazán ruano,
caí como bolsa'e grano
y tuve que andar después,
como tres leguas de a pies
con el rebenque en la mano.
Esa es la lucha que expande
al mas humilde mensual,
de no dejar que un bagual
lo voltée en los campos grandes;
esto lo entiende quien ande
o sanconchando haya andao
sin padrinos y alambrao
que los puedan socorrer
donde no hay más que aprender
que a defender el recao.
Si habrá volteao domadores,
el overo de Aguilar,
¡Qué animal pa'corcovear,
Ja, una máquina señores!
Y pa'hacer las cosas peores
sin sujetarse un instante,
se voleaba por delante
dentre las mesmas costillas,
así partió'a las islillas
al correntino Escalante.
Y a cuántos más no estropeó
diganló los Alderetes,
dos hermanos muy jinetes
que eran del "Rincón de Ajó".
A uno cuasi lo mató
largándolo como globo,
y si no es el peón de Cobos
que salvo la vida a gatas,
pues lo abarajó en las patas
y al largarlo en un corcovo.
Corcoveando por derecho
y gritando a lo lechón,
cada brinco es un cimbrón
de esos que dejan deshechos.
Se volcaba al poco trecho
y la crin toda revuelta,
la cabeza floja y suelta
lo mismo que un remolino,
se apretaba aquél indigno
para corcoviar a vueltas.
Lo conocí al reservao
en "El Tala"'e los Ocampos
como a diez leguas de campo
de las costas del "Pescao"
Ahí funcionaba el Juzgao,
había posta y pulpería;
dos veces al mes solía
pasar yo con la galera,
cuando estaba en la carrera
de Juarez a Lobería.
Y allí lo dejó Aguilar,
al pasar con un arreo,
que llevaba según creo
pa'las costas de la mar,
y no lo volvió a buscar
el pobre ánima bendita,
porque a causa de una cita
un tal Liborio Collazo,
lo mató de un trabucazo
allá por la Mar Chiquita.
Y cuadró que en esa ocasión
que al pasar yo por "El Tala"
viene, pues, y me regala
ese caballo el patrón.
Nunca suebra un mancarrón
a un mayoral de galera,
pues sea ese como quiera
igual le saca provecho,
con la lanza atao al pecho
o en una cuarta cualquiera.
Y allí me lo até también
sin que me diera trabajo,
pues era de manso de abajo
y cabresteaba muy bien.
Cuando arrancamos recién
macaqueó un poco el overo,
pero como iba'e ladero
en una cuarta de atrás,
tuvo que seguir nomás
mansito como un cordero.
Que con buenos postillones
y en un camino apropiao,
al sotreta más porfiao
se lo hace entrar en razones.
Cuestión de algunos tirones
en el momento preciso,
pa evitar un estropicio:
¡guasca nomás andequiera!,
eso lo sabe cualquiera
que haiga sido del oficio.
Con el overo enterito
llegamos a la otra posta,
que estaba junto a la costa
'e la laguna "El Chorlito".
En la esquina'e Gorosito,
seguía como si tal,
y al mudarlo en "San Pascual",
estancia del vasco Esquerro,
amagó a cociar un perro,
que lo torió en el corral.
Resultó guapo endeveras,
cansarse ese pingo ¿cuándo?
si se hizo como jugando
doce leguas bien enteras.
Y eso entre cuestas tan fieras
como por allí se ve,
por el camino va bien
entre la sierra'e "La Tinta",
y se estira como cinta
por las lomas del Quequén.