Qué me puede importar, después de todo,
el trance de partir, si yo he logrado
llenar cada minuto transcurrido
con un claro vivir enamorado;
si la vida no fue, en definitiva,
sólo un motivo para haber amado.
Qué me puede importar el corto tiempo
que resta por vivir, si la jornada
tiene un punto final ya establecido
y la vida es la muerte demorada;
si hay un tiempo de amar, que ya he vivido,
y otro de soledad, olvido y nada.
Tras los cerros, de a poco,
como en lenta agonía
dibujando ceibales
muere, lejano, el día.
Renacerá la luz, y nuevamente
cobrará su perfil la serranía.
Un tiempo de partir va señalando
la urgencia de vivir como yo quiera,
el rigor del invierno justifica
el ansia de gozar la primavera;
si no puedo encontrar la buena senda
prefiero equivocarme a mi manera...
Quiero quedarme, aún cuando me vaya
en la memoria de quienes me han querido,
en los versos triviales que repita
con su cantar algún desconocido
o regresar en el perfil de un hijo
como ese amanecer que ha renacido.
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