Entre piones y sirvientas
fui piquete y fui nochero
cruzando los trasfogueros
en esas noches friolentas.
Me acuerdo'e Doña Vicenta,
viuda de Ciriaco Paz,
crió sus hijos y uno más
que le regaló la huella,
por eso que en nombre de ella
hoy le canto a las demás.
La que a la ropa gastada
la aprovecha algún pedazo,
y hace una nueva de paso
pa'vestir la muchachada,
la de las manos caurteadas
como la tierra reseca,
la que pican las culecas
cuando le agarra algún pollo,
la de aroma de pimpollo
y ternura de muñeca.
La que lava ropa ajena
a puño en cualquier batea,
y abraza cualquier tarea
desimulando sus penas.
La más gaucha, la más buena,
de un destino nazareno;
ella que en cualquier terreno
sin prejuicios ni querellas,
alimenta el hijo de ella
como amamanta el ajeno.
¡Esa es la gaucha, la criolla,
la de honradez campesina,
mata un bicho o una gallina
sino hay qué, echarle a la olla;
la que arrolla y desarrolla
un lazo cuando es preciso,
la que le enfrena el petizo
al amor de su pequeño
la que se olvida de un sueño
si hay que improvisar un guiso.
La que cría un cordero guacho,
un ternero o un lechón,
y de la puerta al galpón
aconseja a sus muchachos.
La que estriba un vivaracho
y en la vuelta se le sienta
y levanta una herramienta
si alguien la dejó tirada,
y no se pega en la almohada
cuando arrecian las tormentas.
A esa mujer que remienda
las pilchas de su marido
y se luce en un zurcido
o el bordao de alguna prienda.
A esa que a su hijo entienda
que hay que cuidar el cuaderno,
¡esos ejemplos maternos,
no está de más exaltarlos!
y pensando en abrigarlo
pasa tejiendo el invierno.
La que cuando no hay galleta
prepara una torta frita,
y rejunta la gracita
y charquea una paleta,
y se levanta en chancleta
cuando llama algún vecino;
la que abre y cierra el molino
y nos da un trago'e agua fresca,
sin llegar que le agradezcan
los errantes del camino.
La que a índice y pulgar
vuelve en hebras el bellón,
que en un rincón del galpón
lo tenía para lavar.
A mano sabe escardar,
saca abrojos y rosetas,
y se arrima a la pileta
aunque esté el agua escarchada,
con las manos arrugadas
y las mejillas violetas.
Mujeres que al quedar viudas
con un enjambre de chicos,
repiten: "me sacrifico",
aunque la suerte sea cruda.
Los protege, los ayuda
con un amor sin resuello,
suele rechazar aquellos
que le niegan fortaleza,
y pone el alma en la mesa
pero el corazón en ello.
Saludo a los chacareros
con sus mujeres risueñas,
las que siembran , las que ordeñan,
sin descanso el año entero.
Que saben del sol de enero
y las heladas de mayo,
la que a pata del caballo
carga y descarga los carros,
cuando hay seca, cuando hay barro,
haya sol o caigan rayos.
Al hombre y a la mujer
del ambiente campesino,
la que impulsan el camino
y ven la patria crecer,
las que p'hacer de comer
aunque la tierra esté dura,
riegan, cosechan verdura
pa'darle gusto a un puchero,
y sabe estaquear un cuero
y aprovechar las achuras.
La que cura una bichera
como le quiebra el empacho,
y esquila un borrego guacho
sin maniarlo donde quiera.
La que encierra las lecheras
y sabe por el balido
si el ternero no ha comido,
saliendo al patio del rancho,
o por el vuelo'el carancho
si hay un animal caído.
La que conoce en la ubre
si el animal ha parido,
o si al hijo lo ha escondido
(oservándolo descubre)
y en los menguantes de octubre
sabe el suelo preparar,
una planta trasplantar
para mejorar su fruto
como hacer de un tronco bruto
un banco para su hogar.
Esa mujer representa
un sacrificio tamaño,
porque al cumplir cuarenta años,
parece tener sesenta.
Áspera, limpia y violenta
afronta con valentía,
el quehacer de cada día
como las he visto yo,
aquellas que le cantó
don Luis Acosta García.
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