(sobre el catre)
Demora en
llegar el día
y la lluvia
persistente
es un estilo
doliente
de
cautivante armonía;
se corta la
lejanía
cual si el
mundo se encogiera
y en tanto
una tropa entera
de
añoranzas me porfía
se me hace
que al alma mía
la apretara
la cumbrera.
Dentra la
mente a turbarse
con una
rara ñeblina,
no está la
voz cantarina
ni de un
ave, al despertarse;
contemplo al
sauce hamacarse
pesaroso,
entristecido…
el mate tibio,
escondido
en el güeco
de mi mano,
se me hace
el más fiel paisano
que en la
vida haiga tenido.
Emponchao busco
mi flete
apenas la
lluvia afloja,
y al cantar
de su coscoja
dejo limpio
el caballete;
y empezando
desde el brete
al potrero
más profundo,
apenas
meditabundo,
recorro con
precaución;
y siento en
esa ocasión
que no hay
más naide en el mundo.
En la güelta
sin apuro
siempre el
cielo lagrimiando,
como naide está
esperando
siento el
silencio más duro;
se hace el
mundo gris oscuro
cuando
llego y desensillo;
solo el
candil pone un brillo
mientras
doy vida al fogón
pa’ gustar
un cimarrón
sentao en
un cojinillo.
Matiando el
churrasco espero
en mudas
cavilaciones
y aguanto
los sacudones
de mi corazón
matrero;
y aunque
nunca desespero
porque el
rigor me ha templao
apuro el
jugoso asao…
y al buscar
“otros momentos”,
me chirlean
los pensamientos
aún sobre’l
catre acostao…!
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