Como un ojo gigantesco
sale el sol en la mañana
y a la campaña pampeana
pone un tinte pintoresco;
forman un cuadro gauchesco
un rancho y una tropilla,
esa vivienda sencilla
primitiva, en la Argentina,
con su cerco ‘e cina-cina,
el ombú y las mostacilla.
Como si fuera un pañuelo
está flameando el trigal,
y el chajá tradicional
grita al levantar el vuelo.
Está tan limpito el cielo
que no se ve un nubarrón,
brilla la chapa’el galpón
porque lo ha pintao la helada,
y ya salió la pionada
a cumplir su obligación.
Hasta el viejito soguero
ha buscao el reparito,
con un cuchillo chiquito
bien afilao, corta un cuero;
desde la rama, el jilguero
deja escuchar sus gorjeos;
cuatro gauchos a un rodeo
lo han parao en un rincón,
y en la lanza del vagón
canta un gayito pimeo.
El balerío de la hacienda
se escucha como un rumor,
y trabaja el domador
con un redomón de rienda,
lo da vueltas, pa’ que aprienda
con el rebenque, al bagual,
mientras que cruza un mensual
que monta un picazo pampa,
adornando con su estampa
a la mañana rural.
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