domingo, 7 de octubre de 2012

Así era Ciriaco Cuevas



Por mil nuevecientos diez
un jinete hacía destrezas
y el público lo alentaba
con su grito: "¡Achalo Cuevas!"

Nació por la Ma'dalena
el hombre de mi relato,
voy a pintar su retrato
en verdad vale la pena.
Trataré que a esta cadena
no le falte un eslabon.
No tengo más pretensión
que narrarle al paisanaje
la vida de un personaje
en toda su dimensión.

Se crió medio descuidado,
huérfano de cariño,
se hizo duro desde niño
y bastante mal llevado;
injustamente tratado
por el que se le antojara.
No tenía quien lo cuidara
por no contar con los suyos,
creció igual que los yuyos
sin nadie que lo mirara.

Así transcurrió su crianza
hasta que fue muchachón,
y el árbol de su ilusión
le dio su verde esperanza.
El plato de la balanza
sólo buscó su nivel;
se mudó del pago aquél
tratando de olvidar todo
al fin del cabo fue el modo:
hacer de lo amargo  bien.

Por la zona de Ensenada
le dio a la vida otro inicio,
el más intrépido oficio,
es decir: la jineteada.
Su fama quedó sellada
entre potros y gramillas,
espuela, talón, rodillas,
con su equilibrio en las pruebas
al grito de: "¡Achalo Cuevas!"
logró hacer maravillas.

Su nombre era Ciriaco
de brazo ágil, nervudo,
cuerpo elástico, forzudo
sobre el lomo de un bellaco;
del matucho más macaco
él era dominador.
Los estribos a rigor,
jamás los utilizaba
por delante los cruzaba
como símbolo de honor.

Adornaban su figura:
cinto, rastra, ceñidor,
bombacha de tela flor
y puñal de plata pura,
poncho de buena costura,
bota fuerte bien lustrada,
camisa blanca bordada,
chambergo tipo "mitrista"
y una golilla "rosista"
le golpeaba la quijada.

Lo evocaron pagos criollos
de La Plata a San Vicente,
Dorrego, Pringles, Oriente,
Olavarría, Tres Arroyos...
Íntegro sin embrollos
de total autenticidad,
la lánguida bastedad
sobre su cabalgadura
le hacían ver con altura
sus sueños de libertad.

El epílogo falta
sobre el gaucho se cernía,
el sol a plena bujía
cocinaba el tremedal;
de pronto, un súbito mal
del paisano se apodera.
Se estremeció la pradera
en tal álgido momento,
quedó agradecido el viento
en ese compás de espera.

Se habla que cayó agotado
sobre el lomo de un overo,
y al golpe de su talero
dio por tierra al indomado.
Como una estatua, clavado,
quedó un instante de pie
luego tambaleándose
el centauro se desploma,
y el overo por la loma
como un fantasma se fue.

Sobre el natural tapiz
del trébol en tono vivo,
murió un hijo nativo
como el indio y el maíz.
La tierra abrió su matriz
en donde crece el ombú,
sus ramas en forma de "U"
se mudan en formas nuevas
como un homenaje a Cuevas
en los campos del Tuyú.





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