(Pinturas: Patricio E Marenco)
1
Copa el sol en el naciente
la banca a la oscuridá,
estiende su claridá
y huye la sombra al poniente.
La brisa va mansamente
peinando los pastizales
y en alivio de sus males
entre gorjeos divinos:
se hablan las aves con trinos
en mil notas de cristales.
2
Un grito vibrante y fiero
-nota aguda y sostenida-
clarín de la recojida,
rompe el silencio campero.
Y como un eco certero
que viene del infinito,
se oye repetirse el grito
al frente, a uno y otro lao
y entra a rumbiar el ganao
pa’l rodeo, derechito.
3
Suben desde la cañada
entreveraos con balidos
roncos y finos ladridos
de la furiosa perrada.
Una vaca rezagada
por defender su ternero
provoca aquel entrevero
y agachando la cabeza,
contra un gran perro endereza
que a cuerpiadas salva el cuero.
4
Del sol a los resplandores
va la hacienda como oleaje,
dándole vida al paisaje
con sus diversos colores.
Y al brindarles sus primores
la paleta de natura
a la vista se figura
que un telón se hubiese alzao
y un cuadro nos ha mostrao
de su más bella pintura.
5
Queda un momento en reposo
la hacienda que allí se junta,
el paisanaje se ayunta
dicharachero, animoso.
Y del trabajo anheloso
da comienzo a la jornada
y avizora la mirada
escudriñando al ganao,
por si ven un abichao
darle vuelta la pisada.
6
El día sigue avanzando,
y en diestras atropelladas
para esquivar las sentadas
sacan reses paletiando.
La tropa se va formando
con la hacienda más pareja,
porque siempre se aconseja
que el aparte ha de ser tal:
que uno con otro animal
no ha de sacarse una oreja.
7
Y ya la tropa formada
en la huella, maravilla
ver puntiando la tropilla
baquiana y aquerenciada.
El resero en la jornada
en gran mutismo se encierra,
todo su interés se aferra
al arreo de la tropa,
que’n ella, marchan a Uropa
las carnes de nuestra tierra.
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