martes, 17 de abril de 2012

La muerte de Yerbagüena el mielero



Como los pájaros del monte:
rezando una canción de pico abierto;
como la estrella en lo mas hondo
de l‘alta copa del silencio,
como una rama yena ‘e nidos
entre perfumes y canciones
se fue la vida del Mielero...

El hombre que cayó en noche
tenía el corazón de malva,
y azules tenía los ojos
como florcitas de salvia.
Alcanzó a ver en la aclarada
el farolcito del lucero;
sintió un zorzal que madrugaba
y que de cerca lo cuidaba
la sombra buena del Matrero.
¡Don Yerbagüena ha muerto!
'tán rezando los sauces en hilera,
'tán llorando los ceibos;
y pasan la noticia los crespines
a la voz de los vientos,
y los vientos hamacan los zanjones
que dicen al pasar:¡Don Yerba ha muerto!

Ya no hay en todo el monte ni una música;
los chajases y teros
han apagao su grito de rondines
y marchan con el luto en los clarines
orillando el zanjón del sentimiento.
Hoy, despuntando la mañana
como los pájaros del monte,
como la estreya de los cielos,
como una rama llena'e nidos
Don Yerbagüena ha muerto!

El hombre que cayó en noche
tenía el corazón de malva,
y azules tenía los ojos
como florcitas de malva.

Ha caído como el pájaro y la estreya
porque eso era en la tierra y en el cielo:
el zorzal más cantor que había en las islas
y una estrellita pa' vivir ardiendo.

¡Yerbagüena, la poca que quedaba,
se fue en perfumes por el pago islero!
¿Quién va a cuidar los nidos en el monte,
quién va a tocar guitarras como el muerto?

No lo quisimos creer, porque era un hombre
que para morir necesitaba tiempo;
no se acaba un destino en dos tirones,
pero es ley que los pájaros cantores
después de haber cantao, remonten vuelo...


No lo pudimos ver; 'taba el sol alto;
no lo pudimos ver... parece cuento.
Tenía llenas de pájaros las manos,
tenía sembrao de pájaros el pecho,
y era un canto hecho cruz sobre los pastos
estaqueado a cien picos contra el suelo;
con dos calandrias que tomaban agua
desde los charcos de sus ojos buenos;
con yuntas de torcazas que buscaban
la miel del corazón abriendo el pecho,
y con enjambre camatá en los labios
buscando flores de canción y acentos;
y en la frente, fogón donde en cenizas
quedó el último verso trasfoguero,
le ceñía el crespón de sus ternuras
una vincha lustrosa de boyeros.
¡Era un nido ruidoso de zorzales
de tordos, de crespines, de jilgueros.
Tenía llenas de pájaros las manos,
tenía sembrao de pájaros el pecho,
y llegaron bandadas y bandadas,
y a pico y alas remontó a los vientos,
y los hermanos del cantor llevaron
el cuerpo del Mielero.

Yerbagüena quedó como el mataco
en la copa del árbol más islero,
y lo cuidan los pájaros cantores
y lo escucha de noche el pago entero:
“¡Todavía soy, por herencia de la suerte,
con la lanza en mi voz, sanjavielero!”

La vida de tu pájaro más gaucho,
mi San Javier, te cuento.
¡Que no muera jamás entre tus hijos
Yerbagüena el Mielero!

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