(Pintura: Rodolfo Ramos)Hizo un silencio el cantor,
y los aplausos volaban,
proque todos, ponderaban
aquellos versos de amor.
Allí, estaba el domador,
como pidiendo un barato;
y don Zenón, hacía rato,
que andaba como ganoso,
de que se animara el mozo,
a recitar un relato.
Si otros tienen, pa cantar,
buena voz y melodía,
aquél mocito, tenía,
su sencia, pa relatar.
Y, dentrando a calentar,
en aquella cancha, el pico,
al más cantor deja chico;
por su mente de poeta,
y pal caso no respeta,
gordo, flaco, pobre o rico.
Y sacándose el sombrero,
dijo: -Les pido, señores,
disimulen los errores,
que haiga en mis versos matreros.
Soy lo mesmo que el yesquero,
que da la chispa chiquita;
nada más se necesita,
pa formar la llamarada...
al que no me saca nada,
lo prefiero al que me quita.
Viá contarles lo pasao,
con una mujer pueblera,
tan bonita y hechicera,
que al verla quedé asombrao.
Resulta, que había dentrao,
como yo, al mismo hotel;
el marido le jué infiel,
se alzó con otra fulana,
y, pasando una semana,
salí haciendo su papel.
Al prencipio, jué noviando,
porque yo nada sabía,
la muchacha se reía,
y yo me le juí entregando.
Un día, como jugando,
un saludo se escapó,
la moza lo contestó,
y después, en la comida,
se me acercó muy cumplida,
y frente a mí se sentó.
Como no la podía echar
diciéndole que se juera,
aquello era una sonsera,
que bien se podía pasar.
Dentramos a conversar,
de la estancia, del ganao;
y del potro reservao,
que no había quien lo montara,
sin que me lo basureara,
cuando yo entré conchavao.
Se raiba con un gritito,
que me causaba calor;
y me dijo si en amor,
andaba igual: despacito.
Y de a poquito a poquito,
más nos juimos acercando;
con su pie, como jugando,
me acariciaba la bota,
y yo ante aquella chacota,
le hablaba tartamudeando.
¡Qué ojos! ¡Y qué pestañas!
¡Y qué boquita jugosa!...
Aquella mujer hermosa,
me traiba ideas extrañas...
A mí que me sobran mañas,
pa domar al más mentao;
allí me encontraba atao,
rajuñao por mil espinas...
¡Siempre a las potrancas finas,
yo las trato con cuidao!...
De noche, vino a la pieza,
pa conversar más a gusto,
casi, endeveras me asusto,
al comprobar su llaneza.
Y me dije: Aura empieza,
lo mejor de la junción;
se armó la conversación,
del amor... del casamiento...
y supe su sufrimiento,
al oír su relación.
Era tanta su amargura,
llorando a moco tendido,
que en el suelo, en un descuido,
rodaba su dentadura.
Y se aumentó mi ternura,
cuando vide de un costao,
que se le había escapao,
un ojo que no miraba,
porque era un ojo agregao...
¡Carculen qué situación!
Resultaba la pueblera,
lo mesmo que una tapera,
en el último tirón.
No era culpable el varón,
que la había abandonao;
ella lo había engañao,
y si de endeveras quiso,
al verle tanto postizo,
dejuro se jué asustao.
¡Pobre moza!... No tenía
naides que la protegiera,
aunque sea pa cocinera,
me dijo que serviría.
Ansina, aunque no quería,
tuve que pasar calor;
la sacudí del error
cuando le dije sincero:
No vaya a creerme estanciero,
que soy sólo domador...
Con más desesperación,
la pobrecita lloraba,
y yo, a la verdad me hallaba
en muy triste situación.
De repente en mi aflicción,
quiso agarrarse el peinao,
y el trance más apurao,
jué pa dejarme sin luz...
¡Como huevo de avestruz,
la cabeza había quedao...!
Como quedan los pastitos,
en el campo rastrillao,
en el cuero había quedao,
desparramaos los pelitos.
Ella largó unos grititos,
y mirándome de frente,
era el cuadro más doliente,
que se puede presentar,
y que no se ha de borrar,
nunca jamás de mi mente...
Con un ojito llorón,
y con el otro vacío,
era aquello, ¡Cristo mío!,
la estatua de la aflicción.
Cuando en una exclamación,
mostró las encías limpitas,
asujeté las ganitas,
que me dieron, de gritar:
"¡Linda boca, pa jugar,
al sapo, con tortas fritas!"
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