(Pintura: Justo Cruz García Errecaborde)
Se alarga, intensa, la espera
en los seres y el paisaje,
crispando adentro el coraje
y la jactancia por fuera.
El potro muestra el ultraje
en la mirada sangrienta
y el encono la acrecienta
el relumbre del pelaje.
Avanza la mano atenta
acomodando el apero
con el elástico esmero
de un pájaro que se asienta;
cruje la cinta de cuero
del correón sobre el metal
en seco tirón brutal
que cimbra en el cuerpo entero,
y aunque se alza el animal
en fuerte salto truncado,
vuelve a sentir el arqueado
embarazo del pegual.
Las dos vueltas del bocado
se van tiñendo de rosa
entre la baba pastosa
del belfo martirizado,
y el crepúsculo reposa
en la llanura dorada
donde junta la manada
su desconfianza curiosa.
El paisano -vista airada
y cuerpo de duraznillo-
deja chambergo y cuchillo
sobre una matra doblada,
y con gesto de caudillo
hace vincha del pañuelo
rayando el negro del pelo
que azula en ondas su brillo.
Estira el verdor del suelo
un silencio de tambor
que es ansia en el domador
y en el cautivo recelo,
y el hombre es sólo vigor
cuando, ya sobre el recado,
sueltan el nudo mojado
y prieto del maneador.
Zumba el furor desatado
como remonte de hoguera
que avanza por la pradera
con los padrinos al lado;
el rebenque reverbera
en rítmico castigar
y el arco del corcovear
alza la recta carrera.
No hay más que un mismo jadear
de hombre y bestia contenidos
por los galpones tendidos
de los que van a la par;
remotos teros perdidos
en las nubes del ocaso
cortan con grutos su paso
sobre el temor de los nidos,
y el campo parece escaso
cuando la carrera afloja
mientras la vincha se moja
y duele el largor del brazo.
Aun vuelve la espuela roja
a buscar en las paletas
las gruesas venas violetas
donde la furia se aloja,
y aunque las ansias repletas
curvan la fiebre del bote,
las desmenuza el azote
marcando la huella en vetas.
Ya los padrinos al trote
comentan alto la hazaña
y rota su fuerza huraña
dobla el potrillo el cogote.
Espesa espuma lo baña
y cada tirón lo agita
desde la frente marchita
a la hondura de la entraña.
Pausadamente palpita
entonces un resplandor,
como ligero templor
que tañe la tardecita,
y estremeciendo el color
lejano del firmamento,
flota en el cuerpo del viento
la forma azul del valor.
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