sábado, 10 de septiembre de 2011

Romance


Cuentan las mentas antiguas,
más antiguas de los campos,
que estos campos y estas nubes
vieron un casorio extraño.
Que un árbol, con una estrella,
una ocasión se casaron,
en el cauce de un gran río
haciendo su lecho blando.
Siendo luna y sol, padrinos;
siendo testigos, los pájaros;
sacerdote, el arco iris
y templo el cielo azulado.
Y que vivieron felices
-las mentas siguen contando-
pues burlaban la distancia
que separa cielo y campo,
dándose cita en el fondo
fresco del río embrujado.

Que vivieron muy felices
esa estrella y ese árbol,
y que tuvieron un hijo,
y que ese hijo fue el gaucho.

Que a tales hombres, por eso
tanto les gustaba, tanto,
conversar con las estrellas;
cielos vivir respirando;
volar de un confin a otro
en las alas del caballo;
abrazar una guitarra
que tiene alcurnia de árbol;
y si cumplida la noche
se perdían en los campos,
algún celeste lucero
servíales de baquiano.

Cuentan las mentas antiguas
más antiguas de los campos.

Yo sin leyendas ni fábulas
amada, también soy gaucho:
por ser un hombre poeta
-que es cielo y tierra cruzados-;
porque cumplo mi destino
de andar cielos respirando
en el color de tus ojos
que es el color del espacio;
porque oigo en tus palabras
todo el canto de los pájaros;
porque en tus suspiros siento
virazones de verano,
y son tus propios desvíos
ay, mis espinas de cardo;
porque eres una guitarra
cuando te tomo en mis brazos;
porque en la pampa de tu alma
vivo perdido y vagando,
en la pampa de tu alma
que es el mayor descampado.

Yo, sin leyendas ni fábulas
amada, también soy gaucho!

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