(Pintura: Carlos Montefusco)
Güeno, amigo, arrimesé
si es que se cree pal amargo
criollazo y de tiro largo
como para una de a pie;
yo también lo seguiré
hocio a hocico ¡canejo!
volcándole algún reflejo
de mi experiencia oportuna,
como hace el sol con la luna
al contemplarla de lejos.
Veo que es muy cachorrito,
ladra fuerte y sin gobierno,
que vive en su hogar paterno
con sus padres y hermanitos.
Si algún día ¡Dios bendito!
los llegara a abandonar
y se lanzara a rodar
los caminos desparejos,
recuerde de estos consejos
humildes que le viá dar.
Nunca se haga el pendenciero
ni se achique demasiado;
cuando se vea mal parado,
no dispare, compañero,
nunca se haga de un ladero
para sostener su nombre,
de los guapos no se asombre
ellos saben lo que hacen:
ande hay yeguas potros nacen,
no hay distancia de hombre a hombre.
No se envicie en ningún juego
porque él labrará su ruina.
Y si pretende una china,
no se aboque ni sea ciego,
no se chamusque en el fuego
devorador del querer,
trátela de conocer
bien a fondo, compañero,
que suele ser embustero
el amor de la mujer.
Júyale a los adulones,
tienen ponzoña en el alma,
estime con fe y con calma
sólo a los sanos varones.
Si llega a ser padre un día,
haga de su hogra un templo,
legando el más rico ejemplo
a sus hijos como guía.
Deles paz, sabiduría
de la que ofrece la escuela,
como la madre lo anhela
para bien de su futuro,
la instrucción es pan seguro
que sustenta y no desvela.
Deles carrera y oficios,
que no se hagan haraganes,
si se convierten en truhanes
darán malos beneficios;
júyale a los artificios
de la gran vida moderna,
adore la sempiterna
y fértil Naturaleza,
que en ella está la grandeza
que da vida y nos gobierna.
Tenga por fe la doctrina
de Cristo y su religión,
templo sea su corazón
y altar su alma argentina,
porque el cielo la ilumina
a vuestra alma sincera
que en perpetua primavera
sigue su existencia en pos;
no hay más amigo que Dios
y un canario en la cartera.
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