sábado, 9 de julio de 2011

Mi rancho




Él es bueno de adentro hasta la puerta,
humanitario de la puerta adentro,
afuera es otra cosa. Punta y filo,
hurañez madurada a sol e invierno.
No tiene nada que envidiarle a nadie,
es puro como el Niño Nazareno.
Duermen en él, con pichonada y todo,
cuanto bicho hay que escarba por los cerros.

Y no es tan chico que se diga,
alcanza pa formar una cruz de trasfogueros
pa tender el recao y queda cancha
pa algún gaucho de mi pago, pa mi perro.
Como en espera de los cuatro rumbos,
la puerta tiene requintao el cuero,
lo rayan nazarenas y querencias
y le dentran ventiscas y luceros.

Pa que no se le juera con los pájaros
la planté cerca'el patio un tronco seco
que volvieron palenque mis baguales
de tanto samarrearlo del cabresto.

A más, la tirada que llevamos,
hermanaos él y yo,cubrió su techo:
la vergüenza de un robo,
una mentira, el amor, lo curioso,
envidiao miedo,
Nada que pueda avergonzarlo mancha
la divina pobreza que hay adentro
y a él no le gusta que la luna vea
las gastadas cacharpas de su dueño.

Tiene, a un costao del lomo,
una bastera de tanto y tanto
jinetearlo el viento
y por ella se cuela cuando esparce
la luna sus plumones entre el cielo.
Y no le gusta, se le va ladeando,
como que era un león, le saca el cuerpo
amontona la sombra en los rincones,
y pa mancharla se la pasa al ceibo.

Yo soy un convencido que mi rancho
es oro bueno de la puerta adentro,
afuera es otra cosa, como digo.
Nunca ha podido basurearlo el viento,
y siempre con mis cosas de muchacho
cuando un negro me llevó y yo me asusé al cielo,
escriben las estrellas sus mensajes,
apuntalo el palenque y lo contemplo.

Si lo llena de luz un rejucilo
al ver todo chorriao el firmamento,
y el oro redetido en las alturas,
libre lo espera el sacudón del trueno,
y a donde vea balancearse el monte,
sacude las plumitas del alero,
se eriza todo, se estremece,
tiembla si le sirve las clinas del pampero.

Y así feo como es, tiene hasta música:
se achicharra, por flor se luce el ceibo,
en durante la siesta. Por la noche,
al grillo con cerrón, canta su alero.
Con las tacuaras fabricaron quenas,
zumbones mangangases barreneros
pa que la brisa musiquera cante
en las horas de paz, sus tristes ecos.

Y endulza su amargura cimarrona
una pera de miel de un esquinero.
Y en remolinos las avispas bravas
le cuelgan sus violines al silencio.
Alzó con el testuz de la cumbrera
la constancia redonda de un hornero,
pa que no se le queme la techumbre
si posa la luz mala su desvelo.

De tanto caronearme las desgracias,
me ahuyentaron del pago, me juí lejos,
a ver si le ponían las distancias
una venda de olvido a los recuerdos.
Cuando volví, me lo encontré como antes,
con menos quincha pero más ahujeros:
Desentrada la puerta, caido el tuze,
de guampiarlo los toros y entrar tiempo.

Cuando el camino los acerque, hermanos,
lleguen nomás si necesitan techo,
que él es uraño de la puerta ajuera
pero es un santo de la puerta adentro,

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