domingo, 24 de julio de 2011

Iyazuiré

(Dibujos: Lauren de Bacco)

Se dio por amigo mío
en durante una tropiada
de Quiebrayugo a Tablada
en un invierno muy frío.
No hubo un arroyo ni un río
de sacar seco el apero
y nos llevó el viaje entero
la hacienda poco costiada,
durmiendo a ronda cerrada
bajo un rigor de pampero.

Una noche nos tocó
rondar en yunta el ganáo;
se nos había disparáo
y muy inquieto quedó.
Más, cuando por fin s'echó,
al fogón nos arrimamos.
Cincha y bocáo aflojamos,
le dimos güelta los cueros,
montamos dos "trasfogueros"
y un mate amargo ensillamos....

Tan amigos nos hicimos,
tan honda amistá trenzamos,
que amigos nos separamos
aunque nunca más nos vimos;
tan sincero nos quisiemos
con el indio "cuarterón",
que oí decir una ocasión
conversando dos paisanos
"qu'éramos, sin ser hermanos,
mellizos de corazón".

Con sucia vincha, ajustaba
su larga y chuza melena;
siempre contemplé con pena
lo mal empilcháo que andaba.
Grandes espuelas usaba
con atadura sencilla,
y tenía las "canillas"
curvadas de jinetear
y afirmarse p'aguantar
los "quebráos" de sus tropillas.

Nunca vi, en mis correrías,
cristiano más bebedor:
se arrimaba a un mostrador
y una tras otra pedía.
Agresivo se volvía
(y no era de mala entraña)
estaba "como la araña",
tantiándose el "caronero",
insensible el tragadero
a los fuegos de la caña.

Como de siempre domaba,
(si andaba en algún "saláo"
y el peludo era pesáo)
con "pie de amigo" montaba.
Con gran trabajo estribaba
pero después que subía
ya tranquilo se sentía,
desataba el "potriador",
les largaba el maniador
y arrollándolo salía.

De chiripá, como yo,
en invierno y en verano,
como es de ladiar a mano
de nunca se lo sacó;
verano o invierno, usó
un viejo poncho cortón.
Caminaba inclinadón
como quien anda de apuro,
barba en cruz y el pelo duro
como el perro cimarrón.

Gaucho, el indio Iyazuiré,
'ende la vincha a la espuela,
trabajador "sin agüela",
sincero y de güena fe;
mil veces lo comprobé
durante jue mi asociáo,
en el negocio arriesgáo
-por ganar algunos riales-
de contrabandiar baguales
d'Entre Ríos pa'este láo.

Si nos tocaba ensillar
algún cargáo de cosquillas
que venía en las tropillas
pa'los montáos aliviar,
tirábamos a clavar,
mano a mano, con mi taba,
y si una vez me ganaba
como cien veces lo hizo
olvidaba el compromiso
y el más arisco ensillaba.

Cuando enfermo me notó,
con solícito cuidáo
lo mejor de su recáo
bajo mi cuerpo tendió.
Con su poncho me abrigó
aunqu'él muriera de frío,
mas si al pasar algún río
todo el pilchaje mojó
también l'empriestaba yo
mis pilchas y el poncho mío.

Por dentro era caridá
como Francisco de Asís;
inmensamente feliz
lo volvía su bondá.
Amor, nobleza, amistá,
perdón, caridá abnegada,
alma extraña y enraizada
a un origen guaraní,
áspero a lo camoatí
relleno de miel rosada.

Era lo mesmo qu'el tala,
que es feo, huraño y torcido,
pero protector del nido,
la torcaz y la luz mala:
con su chiripá de apala
andaba siempre. Tropiaba.
A las "bailantas" llegaba
-se les llama así en Misiones-
y a'nde hubiera pericones
cualquier china lo engrillaba.

No he topáo hombre más leal,
más noble, sincero y franco,
bobo pa'l amor, y blanco
como costilla'e bagual;
p'arreglarse en general
de muy mal gusto y dejáo,
diez años sobr'el recao
anduvo en el suelo mío
o pasando de Entre Ríos
bagualadas pa'este láo.

Como no hay nada perfecto,
él sus defectos tenía
y en sus virtudes ponía
como adornos sus defectos;
ya correcto o incorrecto
según el lugar y estáo
porque hallándose mamáo
ni al amigo respetaba
y por un pucho peliaba
sin que lo hubieran quemáo.

Las espuelas se aflojaba
pa dir ojalando el suelo
y hasta contra los pigüelos
el chiripá se abajaba.
Casi siempre el poncho ataba
a media espalda y bien flojo,
y por cimarrón antojo
usaba siempre el sombrero
con el corte a lo nortero:
bien a pique sobre un ojo.

(Dibujo: Lauren de Bacco)

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