(Pintura: Carlos Montefusco)
Una pava renegrida
de veinte mil calentadas
concentró a la paisanada
en dispués de la comida.
Es que’ra cosa sabida
que’n la rueda del fogón
el girar del cimarrón
entre medio encandilao
daba ese clima buscao
pa’ cuentos de aparición.
El más viejo y más ladino
de los que ayí se amucharon
ni en cuanto se acomodaron
tosió imitando al zorrino,
y frenó al yegar un vino
apurándolo a contar
que tan solo el respirar
del ovejero dormido
era l’único sonido
que se oía n’el lugar.
Con una voz muy rascada
de arena por la garganta
como víbora qu’encanta
enganchó a la paisanada:
“mandinga” en el campo andaba
y una mujer con su crío
por los uncos en el río
iba clamándole a Dios
que los rescate a los dos
de las garras del impío.
Centellas y rejusilos
y causes de inundación
despertaban la emoción
yevando a todos en vilo,
y el Viejo manso y tranquilo
pa’ darle magia a su cuento
hacía un poco de espamento
y las cejas levantaba
como tanteando una taba
o afilando un estrumento.
Montando un tordiyo entero
el tal Clemente Luján
ensartaba a ese Satán
con una lanza de acero,
y en una bolsa de cuero
rejuntó los cuajarones
que sin más contemplaciones
los arrojó n’una hoguera
y todo volvió a lo qu’era
antes d’esas maldiciones…
Sin decir que había’cabao
echó mano n’el bolsiyo
y un pucho de cigarriyo
sacó bastante arrugao,
lo prendió para el costao
y esperó como durmido
que’l último se haya ido
pa’ juntar de abajo‘el taco
un boyito de tabaco
que otro pión había perdido.
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