(Foto: Eduardo Amorim)
Cencerro, sonar de un tajo
que el aire corta a raudales,
dominando los baguales
al castigar del badajo.
Va entonando tu trabajo
madrigales de armonía
y al clavarse tu alegría
como puntas de una guampa,
dejas herida la pampa
con tu dulce melodía.
Al despojarse sus mantos
la noche, llena de hechizos,
desata sus negros rizos
y se entrega a tus encantos.
El arrullo de tus cantos
la duerme en nota sencilla,
hasta que se maravilla
con tus sones la espesura
y despierta la llanura
al cruzarla una tropilla.
Como un sol, como una estrella,
engalanas la madrina
y tu música divina
se hace canción en la huella,
no ha de morir la querella
que tienes con el paisaje,
porque todo ese linaje
que luce la paisanada,
se perdería en la nada
si callara tu cordaje.
Quiera Dios, que tu tañido
se escuche siempre en los campos
y que el fulgor de tus lampos
disipe sombras del olvido.
Que lo mismo que el latido
te sienta dentro del pecho,
y después, cuando deshecho,
no cruce más los caminos,
que tus sones argentinos
se hagan plegaria en mi lecho.
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