(Foto: Eduardo Amorim)
El gaucho Ariel Peñaflor
de la estancia La Alborada,
en donde existen manadas
de potros que es un primor,
y como es buen domador
famoso en el pago entero
va a entropillar con esmero
y aquerenciar al cencerro
pingos que al decir de Fierro:
"Den la güelta sobre un cuero".
Entre los doce baguales
se hallaba un bayo atigrao
que parecía endiablao
con ribetes colosales.
Dientes y manos fatales,
cuando el paisano lo ensilla
va temblando su golilla,
cuando no se arrastra, vuela,
y a veces con las espuelas
acaricia la gramilla.
Pero la perseverancia
del criollo al fin lo doblega
y despacito se entrega
al crédito de la estancia,
como premio a su constancia
a su entereza y valor,
y al mirarlo escarciador,
vivo, listo y coscojero,
cifra en el pingo tigrero
su orgullo de domador.
Y una mañana divina
que amor patrio clamorea
mientras en lo alto flamea
la magna enseña argentina.
Con cintitas en las clinas
viene acariciando aquel bayo.
Porque Ariel sacó un caballo
sin cosquillas y de rienda
lleva enancada a su prenda
un Veinticinco de Mayo.
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