Después de cortar dos cueros
y de sacar cuatro tientos
entré a desvirar atento
como hace todo campero;
sin ser un hombre soguero
ni menos acostumbrao,
con cuatro tiento’ovillao
empecé a trenzar un lazo
que cada día, de paso,
lo iba dejando enterrao.
Como el tiempo nunca alcanza
para el que vive luchando
lo fui de a ratos trenzando
como quien trenza esperanza,
hasta que una noche mansa
mientras que hervía la olla
estiré esa prenda criolla
que al terminar la trenzada
le medí veinte brazadas
de la presilla a la argolla.
Una vez para enlazar
se lo presté a un viejo criollo
que armó como con diez rollos
por gusto de compadrear,
y sin hacerse esperar
con mucha fuerza en el brazo
enlazó un toro machazo
que al cincharlo campo afuera
salió como si quisiera
hacerlo pedazo al lazo.
Erraron los de revés
y al quedarse el mancarrón
medio silbó en el tirón
pero el toro no se fue;
por eso de aquella vez
con sus tientitos durones
anduvo por los galpones,
por llanuras y barrancas,
cascabeliando en el anca
de distintos redomones.
Los más camperos dirán
¿para qué un lazo tan largo?;
si lo explico, sin embargo,
yo sé que lo entenderán.
No estando Pedro ni Juan,
no teniendo compañero,
aprende el hombre campero
a salir solo del paso,
y con la ayuda del lazo
voltea al bagual más mañero.
Y al enlazar algún malo,
pa’ poderlo embozalar
sabía llegar a humear
con una vuelta en el palo;
mas si a su tiempo resbalo
tiene cien hazañas fieles
porque entre tirones crueles
con él bajé, si señor,
la bomba y el pescador
en diferentes jagüeles.
Potros, lluvias y mañanas,
tirones y desencantos
lo fueron sobando tanto
que parecía una badana.
Clásica prenda paisana,
mezcla de patria y bandera,
que cuando pialaba afuera
al bagual más soberano
ni corría entre las manos
ni en la bombacha siquiera.
Le dio fin una tordilla
entre pastos y matorros,
lo hallé mascao por los zorros
de la yapa a la presilla;
perdido entre la flechilla
ya no servía pa’ nada.
Lazo de veinte brazadas
tioco, servicial y fuerte,
como no pudo la muerte
acogotarla a tu armada.
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