(Foto: Laura Beccar Varela)
Meció su cuna el pampero
sobre silenciosa loma
zahumada por el aroma
del torongil y el romero.
Brotó robando al lucero
sus más relucientes rayos,
tejió la flora los sayos
que orlaron su galanura
y creció con la frescura
de los campos uruguayos.
Allí, en el pobre desierto
corrió su vida sencilla
enredada en la gramilla
del terreno descubierto.
Rozó su pecho inexperto
la sombra de un rumor vago
y contestando a su halago
viose pronto convertida
en violeta preferida
por los donceles del pago.
No se bosqueja en su frente
la causa de su martirio,
no comprende aquel delirio
engendrado de repente.
Pero poderosa siente
una lozana impresión,
la guarda envuelta en pasión
y con acento que quema
se la cuenta a la alucema,
y a la salvia y al cedrón.
En el silvestre pensil
la flor luce su hermosura
y es reina de la llanura
por fragante y por gentil.
Su perfume juvenil
con deleite se respira
porque con alma suspira
porque con fe siente pena,
porque quiere como buena
porque no tiene mentira.
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