(Mural azulejado con pintura de Molina Campos en Subte de Bs As)
Estimada Cantalicia:
habrás estao impaciente
al no tener del ausente
ni rastros de una noticia.
No estrañés que no t'escriba
seguido, pues ni con cuarta
yego al final de una carta
sin sentir el cuest'arriba.
Hoy, con tranco'e caracol
la escretura despareja,
tal vez s'estire, mi vieja,
como perro echao al sol.
Desimulá si las tachas
y borrones, forman suma:
es que me queda la pluma
como freno a las vizcachas.
Pero si mi letra es fiera,
también jués escaso mi estudio;
en fin... suspendo el preludio
y le meto a la ranchera.
Hoy más que nunca un caudal
de ciencia precisaría
pa pintarte, vieja mía,
lo que hay en la capital.
¡Cuánto pueblero manate!
¡Qué palacios, virgen mía!
Me la paso todo el día
abriendo la boca... al mate!
Y vos también, en verdá,
te asombrarás si te cuento
lo ingenioso e cada invento
oserváo en la ciudá.
Una visita al hotel
me dió un alegrón, temprano:
Cáiba a verme Martiniano
pa que saliera con él.
Tuvo a mi compadre en cura
un médico e mucha fama,
y ahura que dejó la cama
volver al pago procura.
Sin hacerme rogar mucho,
pues vino que ni de encargo,
me desprendí del amargo
y cabrestié sobr'el pucho.
Tras del convite espontáneo,
cuando la caye ganamos,
dijo mi compadre: vamos
a viajar pu'el suterráneo.
Una abertura enrejada,
hecha al costao de la acera,
me hizo vichar la escalera
que desciende iluminada.
Bajé con cierto recelo,
aunque desconfiaba en vano,
pues yevaba a Martiniano
sirviéndome de siñuelo.
Dejé el último escalón
cuando almiré de improviso,
lo largo y limpio del piso
embaldosao de un salón.
Yo, pa rumbiar más en fija,
a mi compadre hice cola
y vide que una chirola
le acomodó a una rendija.
No puso la plata al cuete,
porque dispués que la echó,
pude oservar que pechó,
pa pasar un molinete.
De miedo a los papelones,
como el mono lo imitaba
y, de paso, me cuidaba
de los puebleros burlones.
Pero al ñudo jué el cuidao
que tuve entre los estraños,
porque abrí ojazos tamaños,
igual qu'el pavo atorao.
Decí si no es pa asombrarse
una escalera muy larga
que rueda repleta e carga
de cristianos, sin pararse!
Aquí, si somos sinceros,
ni la distancia jeringa.
No se le ocurrió a Mandinga
lo que han hecho los puebleros!
Yo, sin tomarme el trabajo
de moverme tan siquiera,
me acomodé en la escalera
y eya me yevó p'abajo.
Cuando me apié, se acercaba,
devorándose el camino,
un tren, que a pararse vino,
al lao mesmo ande me hayaba.
Juí a subir y, cosa rara!
la intención me conocieron
viente puertas, que se abrieron
sin que naides la tocara.
Hasta que un pito escucharon,
estando todas abiertas,
vide, embobao, que las puertas
del tren solas se cerraron.
Creerás que la fantasía
en ancas va de mi cuento
y yo pienso, no te miento,
que esto huele a brujería.
Lo mesmo qu'exhalación,
por un tubo que lo encierra,
el tren, por debajo e tierra
va d'estación a estación.
Y sin para un minuto,
de puebleros atestao,
de punta a punta el poblao
recorre por el cañuto.
Agatas yegué a la meta,
me pasó una cosa ingrata:
emboqué mal con la pata
y cuasi me voy de jeta.
Eso pasó en la escalera
rodadora, a la subida,
cuando campié la salida
ansiando el aire de ajuera.
Martiniano, que a la cuenta
es un ladero machazo,
viendo yegar el porrazo
m'enderezó la osamenta.
Ya sé que no te hace meya
qu'en mesivas d'esta laya
l'hacienda 'e mis letras vaya
saliéndose de la güeya.
Por eso dentré al pantano
d'escrebir tendido y mal,
con letras flacas, igual
que perro'e vegetariano.
Saludos de mi compadre,
que sueña con la querencia,
ansioso e ver a Prudencia
y de abrazar a la madre.
Recuerdos en abundancia
envío pa nuestra hija
y pa que hagás repartija
entre la gente la estancia.
Güeno, mi vieja, sujeto
las ganas de prosiar mucho
y t'encajo, sobre'l pucho
un juerte abrazo
Aniceto
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