(Pintura: Fernando Romero Carranza)
En silencio lo contemplo
a mi rancho bien plantao,
y al meditar me he quedao
como apoyao en su ejemplo.
Sencillito como un templo
lo veo emponchao de humildá,
y en la inmensa soledá
desde el pasao al presente
ha sido un real exponente
de gaucha hospitalidá.
De aquí salí endomingao
en un tiempo de esplendor
luciendo como un primor
mi caballo y mi emprendao.
Luego al volver del poblao
-donde un placer se deshoja-
mi rancho, que ni hoy afloja,
parecía en sombras alzarse
queriendo desperezarse
al ruido de la coscoja.
Parece que a la mañana,
y a veces, a la oración,
saliera la tradición
a bichar por la ventana.
Allí sus trovas desgrana
el melodioso jilguero,
y en las puntas del alero
están como suspendidos
los ecos de unos silbidos
que le ha dejao el pampero.
A veces, se me hace un ruego,
y en otras, que son arrullos
cuando se suelta en murmullos
la pava arrimada al fuego.
Es que mi amor de andariego
allí se manió a una china,
y al calor de la cocina
dió flores mi alma campera
lo mismo que enredadera
trepando en la cinacina.
En su techo de totora
han de estar como dormidas
aquellas horas vividas
al nacer de cada aurora.
Alegrías de otra hora
que el tiempo las desmenuza
poncho gastao, sin pelusa,
con que cubiéndome estoy
como si esto fuera hoy...
y es un recuerdo el que cruza!
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