(Pintura: Francisco Madero Marenco)
En tiempos de mis mayores
-ande se borra el recuerdo-
hubo un malón de los grandes,
el último, asigún creo.
Po'esos años este pago
era en verdá un nombre cierto,
con grandísimas estancias
que iban cambiando el disierto;
la cosa estaba tranquila,
el indio se andaba inquieto
pa'el otro lao del Salao
ande'ra patrón y dueño.
Pero... ¿quién sabe el porqué?
Cosas del politiqueo
(de cabildantes, decían)
palabras que no son hechos,
tratao'que'ntran al olvido
o se echan un sueño lerdo
...y al final, un ruido sordo,
de tormenta rota en truenos
y alarido filoso
que'n el aire encuentra el eco,
y áhi estaban, de a cabayo
bajo el celeste del cielo
los antiguos pobladores,
los pampas de mirar seco,
echando fuego a los ranchos,
arriando la hacienda lejos,
y güeno, es cierto también
¡no perdonando ni un ruego!
y yevando las mujeres
pa'los aduares de adentro...
Mentan rilatos d'entonces
de que al frente y altaneros
Guayquitipay y Currel
diban de coraje yenos;
y mucha contra en verdá
no habían de hacer los puesteros,
pues los guardias militares
tenían al pago indefenso;
ayá por Luján y Lobos
tan lejos del pago nuestro.
Aquél malón de las lanzas
mucho tiempo estuvo fresco,
pero jué'n La Madalena
el último grande al menos.
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