Me asomé en aquel galpón
y al fijarme en una estiba
un gato negro allá arriba
cruzó como una visión.
La cola de un gran ratón
en las chapas castigó,
una culeca se alzó
encrespada y rezongando;
sin querer me jui atracando
y un picotón me encajó.
Por curiosiar lo que había
me jui metiendo pa'l fondo
y en medio del batifondo
una bolsa que perdía,
todas las señas tenía
de un posible comprador
y de un modo seguidor
largaba un chorrito fino
como si sangrara lino
la herida del calador.
Como estrellao perecía
de tan aujeriao el techo
y el sol dentrando derecho
monedas de oro llovía.
Ya la cumbrera pedía
el aucilio de un puntal.
Una araña colosal
se bajó a ver un gorgojo
y un perro le daba al ojo
sobre el catre del mensual.
Un camino de hormigas
de toda clase de carga
costiaba la pila larga
y los lienzos de barrigas.
Brotaba el máiz en espigas
lo mismo que en los maizales.
Había cuero de animales
desde el caballo a la liebre
y las pilas tenían fiebre
por arderse los cereales.
Acariciando un pilote
pa'l lao del portón salía
y viendo que se movía
traté de escapar al trote.
Trompecé con el cerote
y el mundo se me acabó,
encima se me cayó
la re'de cazar perdices
y ande di con las narices
medio cuerpo me atrapó.
Mi cabeza quedó llena
del chorro que iba saliendo,
porque seguía cayendo
igual que un relo'de arena,
sobre unas bolsas de avena
que estaban medio en hilera,
costuriadas como quiera,
orejudas y rechonchas
y rascándome las ronchas
pude al fin salir pa'ajuera.
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