(Foto: Eduardo Amorim)
A lo largo del camino
vi pasar una potrada,
por dos paisanos arreada
con destino al saladero;
iba para el frigorífico
para ser sacrificada
y después de congelada
enviarlas al extranjero.
¡Cómo! le increpé en voz alta
alzando el puño crispado,
al capital y al Estado
al critirio nacional;
acaso ignora la Patria
que el caballo fue un guerrero,
fue el chasqui; fue el granadero
montonero y federal.
La playa del frigorífico
es del caballo el banquillo,
donde cae bajo el cuchillo
la potrada del rural,
los gringos han descubierto
que el jugo del caballito
es de un sabor exquisito
un plato internacional.
Pero en la mesa del gringo
sin peros y sin escollos,
también ocupan los criollos
el lugar del comensal;
al caballo que le diera
tantas glorias a la raza,
la ingratitud amenaza
la nobleza irracional.
Pero en la mesa del gringo
sin peros y sin escollos,
también ocupan los criollos
el lugar del comensal;
al caballo que le diera
tantas glorias a la raza,
la ingratitud amenaza
la nobleza irracional.
En el Japón por ejemplo
nuestro noble caballito,
es un bocado exquisito
de los que cambian mantel;
no es el guiso campesino
del que hace mesa redonda,
no es para gente de fonda;
es para gente de hotel.
Un gaucho que no es un gaucho
pero que usa escarapela
lo mezcla en la mortadela
lo embute en el salchichón;
hace de su fiel amigo
un chorizo parrillero
y deja del compañero
los huesos junto al fogón.
Pero es vergonzante ver
que el hijo del veterano,
del conquistador del llano
que tanto galopó en él;
que en un lejano país
nuestro caballo glorioso
surja en un plato sabroso
en la mesa de un hotel.
El caballo en cien peligros
le prestó con entereza,
al hombre la ligereza
como el lomo salvador;
y hoy el hombre en recompensa
después de la gran jornada,
lo como en una empanada,
lo clava en un azador.
Para el gringaje argentino
el caballo es cosa vieja,
no lo alegra, no lo aqueja,
no es valor, ni desvalor;
al caballo lo ha tumbao
el progreso judaizante,
el redondel de un volante
cuatro ruedas y un motor.
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