lunes, 20 de diciembre de 2010

Soledad del amor indiferente



Ni rencores ni perdón,
no me grites, no me llores
lo nuestro ya se acabó.

¿Rencores?.. ¿Por qué rencores?
No le va a mi señorío
guardarle rencor a un río
que fue regando mis flores.
Tú me diste los mejores
cristales de tu corriente,
y no sería decente
maldecirte por despecho,
si sé que tienes derecho
a dar o negar la fuente.

Debo estarte agradecido
por tu generosidad;
tú me diste por bondad
lo que yo di por cumplido.
Me brindaste tu latido,
tu boca nunca besada,
tu carne nunca estrenada,
tus ojos siempre esperando
con dos ojeras temblando
debajo de la mirada.

Me diste el primer "te quiero"
que es el que más atosiga,
y llenita de fatiga
me diste el beso primero.
Y hasta que llegó a tu alero
aquél mal viento ladrón,
yo se que tu corazón
fue mío por vez primera
y solo mía la acera
debajo de tu balcón.

Por eso yo, bien nacido,
no te odio ni te aborrezco,
al contrario, te agradezco
todo lo que me has querido.
No me importa si te has ido
con tu barca hacia otro mar,
que yo no te puedo odiar
por esta mala partida,
porque odiar es, en la vida,
un cierto modo de amar.

No vengas ahora a mi lado
para pedirme perdón;
el perdón es la razón
de volver a lo pasado,
y lo pasado... acabado,
que pasó... porque pasó.
¡Déjame que viva yo
sin perdón y sin rencores,
no me grites, no me llores
lo nuestro ya se acabó!

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